Muchos coincidirán con la triste sensación de haber dejado de vivir en Ecuador para simplemente haber pasado a sobrevivir en el país. No recuerdo un capítulo similar en la historia ecuatoriana donde todo lo indeseable se hubiere juntado: corrupción, narcotráfico, asaltos, sicariatos, violencia en las cárceles, entre otros nefastos hechos que se suman a una clase política desentendida del bien común. Vivimos en zozobra constante, en estado de alerta permanente, sospechando y pensando mal de quien se nos cruza en el camino, a pie, en carro o en motocicleta. Vivimos un día a la vez. Nos sentimos traicionados, decepcionados, inseguros y llenos de incertidumbre. Bastante tenemos ya con las tragedias que azotan actualmente al mundo: guerras, hambre, amenazas del cambio climático. Los ecuatorianos nos hemos vuelto resistentes, pero la resiliencia también tiene límite.

Hace un par de semanas, en un parqueo interior del parque lineal de la avenida Carlos Julio Arosemena –regentado por el Municipio de Guayaquil y con personal de guardianía–, a un vehículo ahí estacionado le rompieron el vidrio de una ventana y lo dejaron sin dos llantas. Nadie vio nada. Nadie hizo nada. La historia de dejar sin llantas a un carro era historia antigua, pero ha regresado. Ni qué decir de los asaltos sufridos en el mismo parque por ciudadanos que caminan, trotan o hacen algún deporte durante la mañana. Lo que se presenta como atractivo turístico por su flora y su fauna es simplemente una quimera. El abandono en el que está sumido el parque se ve y se siente por todos lados. Algunos meses sin recolección regular de basura, sin mantenimiento de jardines (se dice que la empresa que estuvo encargada terminó su contrato y que aún no hay una nueva), con árboles y vegetación secándose, con plantas enfermas de la plaga del pulgón y con bancas a las que la plaga se ha adherido. Aparecen iguanas muertas. Las colonias de gatos sobreviven por el cuidado de ciertos ciudadanos. Y, además, un servicio de guardianía deficiente e insuficiente. Es probable que el mismo escenario se repita en varios sitios de nuestra ciudad.

No tenemos seguridad en ningún lado, ni siquiera en nuestro lugar de trabajo. Solo anhelamos retornar a casa sanos y salvos. Los momentos de sana diversión y de encuentro con familiares y amigos son cada vez más escasos. Nos hemos visto obligados a encerrarnos. La sensación de abandono está ahí, en todo momento y en todo lugar.

Es desconcertante testimoniar la transformación que sufren quienes acceden a puestos políticos. Es como si el mero ejercicio del poder los entorpeciera. De pronto, el discurso cambia, las prioridades cambian. Sucede tanto en el ámbito local como en el nacional. Y se rodean de colaboradores zalameros que tienen una visión estrecha e interesada del quehacer público.

Ya es hora de dejar atrás ese discurso de la “mala herencia” de gobiernos anteriores para justificar la propia incompetencia. Quienes se presentan a elecciones están advertidos y saben (deberían saberlo) qué van a recibir si ganan. Se dice que, a quien se mete a soldado, le toca marchar. ¿Veremos marchar algún día a quienes nos gobiernan? (O)