Los seres humanos tenemos una capacidad intelectual inmensa, y también un potencial ilimitado de hacer estupideces. ¿Se imaginan ustedes a un perro regresando a la misma fogata que lo quemó antes cuando se acercó demasiado? Su instinto básico de supervivencia no le permite hacerse daño dos veces en el mismo lugar. El ser humano, en cambio, mantiene vigente su dependencia del petróleo aun sabiendo que su explotación está en el tope de la lista de los causantes del calentamiento global. En lo que va del año se han batido en todo el planeta más de 188 registros históricos de calor. Estamos incendiando a conciencia nuestro único hogar. ¿Se imaginan ustedes a algún otro animal incendiando el lugar donde vive? Los humanos seguimos produciendo plástico aun sabiendo que es el cáncer de nuestros océanos y de su vida marina; sabemos también que este mismo material cuando entra a nuestro torrente sanguíneo tiene la capacidad de enfermarnos de esa misma enfermedad. El plástico se hace con petróleo, sumando al calentamiento global, cuando sus toxinas ingresan a nuestro cuerpo nos enferman, cuando llega a los mares mata a la fauna y contamina a los peces que luego son nuestro alimento. ¿Qué clase de animales somos que producimos y consumimos algo que sabemos está incendiando nuestra casa y que envenena lentamente nuestros cuerpos? Se han encontrado micropartículas de plástico en sitios tan remotos como la Antártida, y por supuesto en nuestro cuerpo. Su uso es la más silenciosa y aceptada pandemia de la historia de la humanidad.

Como si no fuera suficiente, nos hemos encargado también de contaminar nuestras vertientes y ríos con químicos de la agricultura, y con metales pesados de la minería. Esa misma agua es la que usamos como fuente del agua potable que llega a nuestras casas, y la usamos para bañarnos, para cocinar y muchas veces para tomar. El cuerpo humano tiene mecanismos para combatir la presencia de virus o bacterias en el cuerpo, pero no tiene idea de cómo manejar la presencia de metales pesados ni de químicos. Muchos de ellos han sido clasificados como “químicos para siempre”, una vez que entran al cuerpo, nunca más salen, solo se acumulan, hasta que el cuerpo aguante.

Como si no fuera suficiente, nos hemos encargado también de contaminar nuestras vertientes y ríos con químicos...

Contaminamos también el aire que respiramos, dentro de casa usando químicos como si fuera la única forma de limpiar que existe, y afuera sumando a actividades que producen dióxido de carbono y metano, que no solo calientan al mundo sino que también enferman nuestros pulmones. Somos una obra de arte dramático. Tenemos la inteligencia para llevarnos a Marte, y la estupidez para enrumbarnos a la extinción. En la casa de una amiga alguna vez vi un libro que su exnovio le había regalado. En la portada promocionaba el secreto de cómo bajar de peso dramáticamente en diez días, era un libro de 500 páginas. Me llamó la atención la portada, y lo abrí. Cada una de las quinientas páginas tenía solo una frase en el centro que decía: “Pare de comer”. Pienso siempre en ese libro cuando quiero hacer un cambio en mi vida. Es lo que debemos hacer si queremos que los descendientes de nuestros hijos tengan dónde vivir: parar. (O)