Decíamos la semana pasada: “… la economía de raspar la olla. Todos conocemos gente que ha vivido así y terminado muy mal. Se gastaron ingresos, activos, dinero de la familia, banco, tienda, herencia... eran los que vivían bien, ‘los chéveres’… ¿Y dónde terminaron?”. Esa economía es un espejismo muy grave… Pero entonces la pregunta es: si no raspamos la olla, ¿qué hacemos?

Volvamos al sentido común de la vida diaria. ¿Cómo se intenta mejorar la calidad de vida? Primero, hacer mejor lo que uno ya hace, no necesariamente alcanzar niveles de genialidad sino ser profesionales, cumplidos, respetuosos. Siguiente etapa es aumentar el valor de lo que uno hace (el trabajador ser bien evaluado y promovido, el empresario vender productos cuya calidad e innovación es más apreciada), ampliar el universo al que uno llega, o encontrar actividades diferentes que generan más valor. ¿Y cómo se logra? También lo sabemos. Los trabajadores invirtiendo, por ejemplo, en capacitación. Los empresarios ampliando su alcance, es decir, invertir y encontrar nuevos mercados. Y detrás están el ahorro y utilizar mejor los recursos (incluyendo tiempo y medioambiente): productividad.

¿Es diferente en los países? Para nada, porque los países son la suma ampliada de lo que hacen sus miembros (personas, organizaciones)… desgraciadamente a veces hay una resta cuando el entorno es malo, y en realidad la gente pierde casi todo el fruto de su esfuerzo (Venezuela es el caso más cercano y dramático bajo el socialismo del siglo XXI). Los gobiernos necesitan dar a sus trabajadores y empresarios el entorno y las condiciones para mejorar (son nefastos cuando intentan hacerlo ellos mismos). Obviamente primero es la confianza, ejemplo, no es lo mismo el Ecuador donde cada seis meses los políticos discuten si apoyan o no la dolarización (más allá de las palabras) o la seguridad de que ese será nuestro entorno monetario; o no es lo mismo para el sector financiero saber que sus reservas están seguras en el Banco Central que mirar cómo los gobiernos amenazan con tomarlas, o peor aún, se las toman. Y junto a la confianza hay la seguridad jurídica: saber que la ley está por encima de la discrecionalidad de los gobiernos y la burocracia, que no hay interpretaciones antojadizas o sujetas a pagos. Y viene el riesgo, no solo medido en relación con la capacidad de pago de la deuda externa, sino más importante: lo que cualquiera percibe al emprender o ampliar una actividad (personal o empresarial) ¿los obstáculos en el camino son inciertos pero evaluables o existe un grado de incertidumbre que no se puede analizar?

Muchos de los problemas que los gobiernos intentan enfrentar con manipulaciones directas (como empleo o tasas de interés) se resuelven con esa trilogía: confianza, seguridad y riesgo.

Eso se necesita para generar el círculo virtuoso: ahorro + inversión + innovación + productividad.

Eso debemos discutir en el país, no “cómo raspar la olla”. Por eso son tan importantes las reformas claves: del Estado, de la Seguridad Social, del mercado laboral, promover la competencia interna y externa, y dejar tranquila la dolarización… Es un camino más difícil sin duda, pero un mejor camino. (O)