En medio del café de la tarde, dos estudiantes de Periodismo piden resumir la situación del periodista que llega al ocaso: ser un espectador de vidas, hechos, instituciones… Es decir, quien mira el inicio, desarrollo y cierre de procesos. O testigo de cómo van quedando a medio camino. O son ignorados. Así ha sido con temas totalmente impredecibles, como los fenómenos naturales.

A mediados de los años noventa el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina, Ciespal, convocó a un seminario sobre prevención de desastres naturales, promovido por la Unesco y dirigido a periodistas. Me consideré afortunado en ser seleccionado al seminario, algo no tan común para periodistas de medios ‘de provincia’, como suelen llamarnos los de la provincia de Pichincha. Además, había un tema que nos involucraba: el desastre de La Josefina. Nos involucraba, digo, pues aquel taponamiento de cinco ríos en el sector El Descanso, que aisló a comunidades enteras y causó muerte y destrucción, había sido alertado años antes por diario El Tiempo.

Alucinantes los relatos sobre desastres en el Caribe y Centroamérica. En las zonas mineras del Perú y Chile. En los pueblos al pie de volcanes, en Colombia. Alucinantes pronósticos sobre lo que podía suceder en Ecuador.

La periodista cuencana Susana Kincklich hizo una radiografía de lo que fue el segundo desastre más grande en Sudamérica: La Josefina, que desprendió unos 20 millones de metros cúbicos de material pétreo que taponó la cuenca del río Paute, acumulando 200 millones de metros cúbicos de agua a lo largo de 29 días. La segunda parte de la tragedia ocurrió con el desagüe del dique natural que casi borra a cantones como Paute. Todo este desastre fue alertado, pero nunca se detuvo la explotación desmedida de material pétreo en las faldas del cerro Tamuga: ¡siempre lo supieron!

El joven periodista capitalino Tomás Ciuffardi, a criterio personal, fue quien tuvo los relatos más impactantes de lo que podía ocurrir en la capital de los ecuatorianos, con sustento en estudios técnicos. Como si se tratase de una película premonitoria, en el auditorio principal del Ciespal, Ciuffardi alertaba de una posible erupción del volcán Guagua Pichincha, y las miradas de asombro desafiaban visiblemente el anuncio. Cuatro años después, a las 07:06 del 7 de octubre de 1999, se produjo una explosión de vapor, gas y ceniza del volcán Guagua Pichincha y, resignados, los capitalinos recibían ceniza en sus coronillas incrédulas. Los planes de contingencia empezaban a diseñarse.

Pero no fue lo único que Ciuffardi exponía sobre lo que ya había sido escrito y estudiado: alertaba sobre el mal manejo de las quebradas del Pichincha que estaban siendo deforestadas, urbanizadas o disminuidas. Lo que ocurrió esta semana en La Gasca, también ya estaba escrito. Casi 30 años después, y admitiendo que siempre lo supieron, es hora de recuperar una decente gestión de riesgos en el país. El que existan planes de prevención y no los ejecutemos nos hace responsables de cada una de las muertes ocurridas por inacción. Dejemos de ser esos simples espectadores de vidas, hechos o instituciones. (O)