Comienzo esta columna, luego de un profundo debate interior respecto a si debo o no escribirla. Sin embargo, esa tendencia a meterme en temas polémicos prevaleció al final.

No la he motivado desde mi fe católica. No porque no me sienta orgulloso de ella, o porque pretenda ocultarla, sino porque ello la expondría a la crítica de quienes suelen estigmatizar cualquier criterio que se sustente en la espiritualidad, y con mayor razón este tema, en el que hay millonarios intereses y toda una estructura multinacional desplegada por el mundo entero.

Me refiero al debate que tiene lugar en diferentes espacios de poder del Estado y de nuestra sociedad civil respecto de la posibilidad legal de interrumpir un embarazo, a través de un aborto.

Hay varios elementos por considerar para viabilizar legalmente tal situación, arduamente perseguida por los colectivos sociales proaborto, que cuentan con prominentes personalidades del derecho, la comunicación e incluso con funcionarios públicos quienes, abiertamente, han practicado su activismo en la materia.

Por un lado, el requisito previo de que la persona se embarace como producto de una violación, y los medios de prueba; si basta la versión de la víctima o si se procederá como en muchos otros casos en los que la legislación exige medios de prueba debidamente practicados conforme a derecho. En este tema no voy a detenerme. No porque no sea relevante o porque no sea un tema muy complejo, sino porque el tema central de esta columna es otro.

En lo que sí voy a centrar mi opinión es en la pretensión de la Comisión de Justicia de la Asamblea Nacional de que sea legalmente posible interrumpir un embarazo hasta de siete meses de gestación mediante aborto, cuando este sea producto de violación.

¿Sabe usted, amigo lector, cómo es un feto de siete meses de gestación?

¿Se puede decir que es humano condenarlo a muerte con siete meses de vida en el vientre de su madre?

¿Cuál es la diferencia entre siete y once meses? ¿Es menos ser humano acaso? ¿Su corazón no es el mismo? ¿Su piel? ¿Sus pulmones?

Cuando leo esto de los siete meses, no puedo dejar de pensar en mi hijo, el segundo de mi familia, que nació de siete meses. Hoy está a un mes de graduarse del colegio, con el más alto honor académico; ha sido admitido en la carrera de derecho de una prestigiosa universidad. Es un joven lleno de vida y con muchos sueños por cumplir. Ya es de mi tamaño y pronto me mirará hacia abajo; disfrutamos tocando Los Beatles, Queen, Charly García y Sui Generis; discutiendo sobre política contemporánea e historia universal; vamos juntos al Capwell y no nos perdemos los partidos de los Yankees. Disfrutamos un buen encebollado, la guatita de El Grillo y cantamos a todo pulmón el himno de Guayaquil cada julio y octubre.

Y nació de siete meses...

Parece que estamos jugando a ser Dios.

Desde esta columna exhortamos a las autoridades a que luchen por la vida de todos los ecuatorianos y más, de aquellos que no pueden defenderse. (O)