Gustavo Cortez Galecio

“Seis y veinte de la mañana, queridos oyentes. Esta mañana amanecieron seis cuerpos flotando en el río Magdalena. Y en los deportes, ¡gran expectativa por las nuevas contrataciones del Millonarios!...”. Este relato de hace casi 20 años se quedó clavado entre los recuerdos de mi paso por el noticiario matinal de RCN, una de las radios más potentes de Colombia.

Yo, periodista extranjero, estuve una semana en ese informativo que empezaba a las 04:00. Al oír aquel reporte entré en angustia y en cuanto pude abordé al locutor, una connotada voz del vecino país, a quien pregunté por qué no había manifestado repudio alguno por lo ocurrido en el río Magdalena. Su respuesta sonó sincera: “Ocurre tanto que ya es parte del paisaje”. El contexto de sus palabras era una guerra interna entre guerrilla, narcoguerrilla, paramilitares y Estado, que parecía no tener fin y que mantuvo por muchas décadas secuestrado el desarrollo de una sociedad tan talentosa y emprendedora.

El Estado no debe permitir que esto siga ocurriendo, y tomar acciones inteligentes, calculadas, mesuradas pero firmes...

Conflicto que empezó ideológico y rural, y se fue urbanizando y ganando ciudades cuando entró en el juego el infinito aporte económico, en contra del Estado, de los carteles del narcotráfico, que en los 80 tuvieron líderes incluso con pretensiones de tomar directamente el poder, y que, al no poder, giraron hacia el financiamiento de otros, con las manos quizás menos manchadas del blanco de la cocaína, pero sí del rojo sangre de las víctimas a las que ignoraron.

He recordado mucho mi anécdota de RCN esta semana, cuando el clímax del descontrol social y de seguridad retumbó desde las profundidades del barrio del Cristo del Consuelo, el mismo de la más multitudinaria manifestación de fe en Semana Santa, pero que en un dislate social mantiene altísimos niveles de irrespeto a la propiedad, a la vida, con la libre circulación de armas y explosivos. Un submundo a pocas cuadras del sitio más venerado por la religiosidad, y que ahora evidentemente está tomado por el hampa, sin Dios ni ley, y sin consuelo alguno para las víctimas sobrevivientes del terror.

¿Debemos admitir que ataques fatales como el del domingo anterior se vuelvan cotidianos? ¿Contar con frialdad los cuerpos colgados en puentes, como ya ocurrió hace poco en el vecino cantón Durán? ¿O seguir relatando sicariatos, como la cronología de un partido de fútbol? Definitivamente no.

El Estado no debe permitir que esto siga ocurriendo, y tomar acciones inteligentes, calculadas, mesuradas pero firmes, para desmontar, que suele ser mucho más complicado que montar, situaciones tan peligrosas como la que el narcotráfico ha logrado con bandas delincuenciales que han estado en ebullición sobre todo en el sur de la ciudad, por donde están los principales puertos urbanos. Pero también, parte de la ecuación debe ser una adecuada estrategia de información, oficial y privada, que, ¡por Dios!, no abone en la cotidianidad del tema, y que a la vez esté consciente de que se trata de una delincuencia no tradicional, que no tiene empacho en atentar contra aquello que afecte sus intereses o los ponga en riesgo.

Ardua tarea que no deben esquivar ninguno de los integrantes del Estado. Tampoco la prensa responsable. (O)