Conozco la obra de Jean Paul Sartre, estrenada en París, en 1944, como A puerta cerrada. Que en Guayaquil, Sebastián Cordero haya dirigido una versión bajo otro título, no tiene importancia. El público saboreó la obra existencialista que revisa conceptos claves de ese autor: la libertad, el absurdo, el encerramiento.

Defiendo que al asistente de teatro hay que crearlo y orientarlo para que integre las representaciones escénicas a los productos culturales de su consumo habitual. Es verdad que no contamos todavía con instituciones y grupos que lo ofrezcan con la asiduidad que requiere el gran público, pero también que la asistencia menor o esporádica dificultan su desarrollo. Se trata de un problema que se muerde la cola. Sin embargo, si hago memoria siempre ha habido en Guayaquil dramaturgia que admirar: a cuentagotas, por rachas, por desprotegidas iniciativas, pero las ha habido. Con la coproducción de la Casa Cino Fabiani y el TSA, y aprovechando la más que probada vocación dramática de Alejandro Fajardo y de Érika Vélez, más el rostro nuevo de Liz Rezabala, la 3- sala del TSA se ha llenado por nueve ocasiones.

Bien por este cuarteto que da la cara, aunque siempre haya más gente detrás.

El texto teatral se puede leer, tanto que está integrado a la carrera de Literatura y los buenos lectores no pueden dejar fuera de una visión de los clásicos a la tragedia griega, a Shakespeare o a Lope de Vega porque no haya teatros que representen sus obras en nuestro medio. Sé de un colegio que le saca lúcidas reflexiones a Casa de muñecas, de Ibsen. Pero la comunicación total, el hecho para el que nació como parte de un todo, se cumple cuando la pieza se pone en escena y frente al público. Esta reciente Sin salidaHuis Clos, en francés– nos pone en la piel de tres personajes que llegan a una sala elegante, sin conocerse y están obligados a socializar. Cada uno espera un verdugo, mas se encuentra con personas atadas a su propia y oculta historia que tendrán que subir a sus labios a costa de los estímulos que van derramando los diálogos.

García es un traidor, Inés ha manipulado a una pareja, Estela ha ahogado a su bebé: estos dramas los torturan por dentro pese a sus diferentes empaques exteriores; cuando se trata de triángulos, las fuerzas voltean a los personajes a los diferentes ángulos dejando al tercero afuera. Este movimiento se produce varias veces y va enardeciendo las acciones y las confesiones. Lo dijo el mismo Sartre: que la mirada de los demás eran indispensables para que nos podamos ver a nosotros mismos, por tanto, la calidad de nuestras relaciones con los otros va de por medio para vivir en sociedad.

Si entre los tres personajes se mienten y se desarrolla un juego de seducción y marginación que hará que el verdugo siempre sea algún otro, el castigo consiste en estar juntos por la eternidad. Y gana altura la celebérrima frase del autor: “El infierno son los otros”. Lo importante de un arte tan condensado como el teatro son ciertas expresiones que concentran sentidos en cualquier dirección. Todos sonreímos cuando el guía dice que pasa su día libre con su “jefe del tercer piso”. Jamás se puede estar desatento. Bien por este cuarteto que da la cara, aunque siempre haya más gente detrás. Debo confesar el temor a salir por las noches que tuve que vencer, en esta ciudad peligrosa. Pero habría lamentado perderme la obra. (O)