Las mujeres son los miembros más explotados y anulados de la sociedad afgana. Salvo en contadísimos centros urbanos, según Khaled Hosseini, las reglas del patriarcado escritas en piedra y las leyes tribales les han negado a ellas el derecho al trabajo, a la educación y a una adecuada atención de salud. Las mujeres en Afganistán no tienen independencia personal. Décadas de guerra, violencia doméstica, desplazamientos y anarquía han ahondado la desgracia de que las mujeres afganas no tengan ni voz ni rostro. La brutalidad machista que estructura las normas culturales, religiosas y maritales niega la humanidad de las mujeres.

El conflicto político, económico, social y humanitario del pueblo afgano tiene muchas aristas. De esto nos informan hoy distintas perspectivas y diversas fuentes. A su vez, la literatura contribuye a abrir nuestro pensar hacia comprensiones que son compartidas por la subjetividad de los escritores. Por eso leemos las novelas de Atiq Rahimi, un autor nacido en Kabul en 1962. Tierra y cenizas (1999) narra la peregrinación de un abuelo con su pequeño nieto, que ha quedado sordo luego de un bombardeo soviético cuando el Talibán es considerado “el ejército de las tinieblas”. La versión fílmica de esta novela fue premiada en Cannes.

Mil habitaciones de sueños y miedos (2002) interroga por qué –en una tierra que una vez hizo germinar a místicos y poetas como Rumi, Farid al Din Attar y Omar Jayam– el terror ha llegado a ser parte de la experiencia cotidiana, un miedo que, para el pueblo afgano, se mueve del terror rojo del comunismo al terror negro de los fundamentalistas islámicos. Ambas novelas fueron escritas en persa dari, la lengua materna de Rahimi, quien en 1984 huyó a Francia y desde el año 2002 ha vuelto en muchas ocasiones a Afganistán para promover una Casa de los Escritores en Kabul y adiestrar a escritores y cineastas.

Acaso la novela La piedra de la paciencia (Sangue sabur) (2008), escrita en francés, sea uno de los testimonios más estremecedores sobre la condición femenina en Afganistán. En el relato, un combatiente yace herido, aparentemente inconsciente, pero mantiene los ojos abiertos. Antes de este coma, él nunca le permitió a su mujer, y madre de dos niñas, hablar de sus anhelos, deseos y sufrimientos. Es que los fanáticos de la Guerra Santa han convertido el cuerpo femenino en una cosa prohibida, reprimida, olvidada, herida y vergonzosa. Mientras lo cuida, esta mujer se anima a hablar de sí misma, a reclamar, a contar, a revelar secretos escondidos.

En una escena de Maldito sea Dostoievski (2011) el protagonista Rasul, que ha matado a una anciana a hachazos, persigue a una mujer que se confunde entre docenas de mujeres con burka azul: “La mujer ha desaparecido. Perdida en medio de las demás, sin rostro”, sentencia el narrador. Rahimi desnuda en su literatura los caminos por los que el miedo nos conduce al terror: “El culto al terror es lo que ha creado monstruos como el Talibán, y lo que ha producido sus primeras víctimas: las mujeres”, dijo en 2013. Estas novelas dan voz y rostro a las mujeres, lo que en el mundo de hoy es un acto político y personal de liberación. (O)