“El silencio es la voz de la complicidad”. Así rezaba un proverbio de la antigua Roma, una frase llena de sabiduría cuya relevancia permanece intacta hasta el día de hoy. El silencio es el amigo de la impunidad y del abuso, y mediante el mismo quienes callan, por más buenos que sean, tienen las manos manchadas. La forma en que los ecuatorianos nos hemos acostumbrado a callarnos frente al atropello es, en gran medida, una de las razones principales del calamitoso estado de nuestra sociedad.

En el Ecuador se vive una auténtica epidemia de violencia en contra de la mujer. Según las estadísticas de la fundación Aldea, el 2021 fue el año en que más feminicidios fueron registrados desde que se tipificó este delito en el 2014. Entre las víctimas se hallan once menores de edad, cinco de las cuales tenían apenas entre 1 y 4 años. Las estadísticas de maltrato se hallan igualmente al alza. La Agenda Nacional de las Mujeres y la Igualdad de Género, después de estudiar las cifras entre los años 2014 y 2017, concluyó que en Ecuador el 60 % de las mujeres mayores de 15 años ha sido víctima de algún tipo de violencia o maltrato, sea físico, psicológico, patrimonial o sexual. En definitiva, haciendo cuentas, en nuestro país más de tres millones de mujeres son forzadas a vivir en condiciones de miedo, abuso e intimidación.

Uno de los factores más determinantes que facilitan este sistemático ataque contra la vida y dignidad de la mujer es la forma como nuestra cultura fomenta un silencio cómplice alrededor del tema. El triste caso de Naomi Arcentales ofrece abundantes ejemplos. El abuso sufrido por Naomi no ocurrió en secreto sino que aconteció a la vista y paciencia de muchos, los cuales por miedo o indiferencia decidieron callar. Cuando su abusador la golpeaba en público y a plena luz del día, él sabía perfectamente que no tenía nada que temer. Él sabía que todos los presentes mirarían para otro lado.

En Ecuador prevalece una errada creencia de que la violencia contra la mujer es un problema “doméstico”, un problema que debe resolverse entre particulares, en privado y a puerta cerrada. Nada más lejos de la realidad. Amenazar a una mujer es delito. Intimidar a una mujer es delito. Insultar a una mujer es delito. Golpear a una mujer es delito. Quienes lo hacen son criminales y deben enfrentar las consecuencias legales de sus actos. Solo cuando se sustituya la cultura del silencio y complicidad en la que vivimos por una cultura de denuncia y responsabilidad podremos escapar de esta destructiva espiral en la que nos estamos hundiendo. Solo cuando los abusadores y maltratadores de mujeres tengan la certeza de que en nuestra sociedad no encontrarán ni perdón ni refugio podremos progresar como país.

Que este artículo sea un llamado a todos los ecuatorianos a no callarnos nunca más. Que no haya ni paz ni tregua para quienes insultan, amenazan, golpean o maten a nuestras hermanas. Que este 2022 empiece con la firme resolución de que nuestro silencio nunca más sea su cómplice. El Ecuador lo necesita. (O)