En la escuela primaria aprendí que el Ecuador era un país grande, cuyo lindero sur era el río Amazonas y que nuestro Oriente era inmenso. Que nuestra población era de más o menos tres millones de habitantes y que nuestra historia era gloriosa. Que pocos años atrás habíamos sido sacrificados en Río de Janeiro con un tratado que nos quitaba casi todo el Oriente.

Años después, luego del primer censo organizado por Galo Plaza, la población había crecido y solo Guayaquil tenía más de 260.000 habitantes. Recuerdo esta cifra porque se la mencioné a un oficial de Policía que nos prohibía jugar pelota de trapo en las tranquilas calles del barrio Orellana. ¿Dónde vamos a jugar los jóvenes si no hay lugares donde podamos hacerlo? No me contestó y se fue. En esos días, la calle Los Ríos llegaba hasta el estero Salado y no existía Urdesa. La calle era ancha y hasta podíamos jugar béisbol. Pero los policías se llevaban presos a quienes podían agarrar.

Dicen que ahora somos más de diecisiete millones y lo verificaremos en el próximo censo. Vemos en las noticias mencionar lugares poblados en toda la geografía nacional. La población crece rápido, pero a menor ritmo del de hace 20 años gracias, entre otras, a las campañas sobre la paternidad responsable del Dr. Paolo Marangoni. El problema de la desnutrición infantil, que el gobierno de Lasso trata de combatir, para bien, tiene su origen en que muchas mujeres salen embarazadas sin quererlo, por el machismo y porque no hay una adecuada enseñanza a los adolescentes sobre la reproducción.

El problema de la desnutrición se origina en la pobreza, es obvio, pero hay que enfrentarlo desde su origen, cuando la mujer concibe sin querer por ignorancia, falta de cuidado en las relaciones o por violencia. Se ha probado que las mujeres con educación superior tienen menos hijos. Se desprende que mucho del problema está en el conocimiento. Hemos pasado del repudio casi absoluto a las madres solteras en los años 40 del siglo pasado a una especie de veneración por ellas en los días de hogaño. Ambas posiciones son equivocadas e injustas para las mujeres. Es verdad que a una adolescente que tiene un niño la vida se le hace más difícil y tiene que entregar un tiempo valioso a su maternidad, quitándolo del que dispone para su propia superación mediante el estudio. Hay que ayudarlas.

Si somos tantos más, el dinero no alcanza para satisfacer necesidades sociales mínimas. Exigimos a los gobiernos que nos den buenas escuelas, que tengan bien provistas las casas de salud. Les pedimos una excelente policía y más seguridad. Que mejoren las carreteras, que no suban los precios de los combustibles. Pedimos y gritamos, nos ponemos bravos, somos más los que exigimos. Nos da pena ver en los noticiarios las escenas de miseria y las condiciones en que viven muchos de nosotros. Es el rostro feo de la injusticia.

Somos unos ases para las protestas. Las calles son tomadas por personas que amenazan con botar a los gobiernos si no hacen lo que piden. El problema es que no nos percatamos de que somos más quienes exigimos y no somos tantos los que aportamos. Odiamos pagar impuestos, peor si se los roban. (O)