Me gustaría imaginar que para ser racional basta con desearlo. Pero no. Para serlo hay que conservar cierta distancia frente al irreverente entramado subjetivo con el que construimos realidades sociales.

Un gran referente en mi tesis sobre el método Casos en la UCG fue el filósofo H. Maturana. Él sostenía que al declararnos seres racionales “no vemos el entrelazamiento cotidiano entre razón y emoción (…), todo sistema racional tiene un fundamento emocional”. El miedo, la ambición o el enojo restringen el pensamiento inteligente y la visión del mundo; respondemos a la constitución biológica, emocional, circunstancial, de lenguaje y experiencia, con la objetividad entre paréntesis. Por tanto, deberíamos interpretar los hechos mediante “una reflexión responsable en coexistencia y no una negación irresponsable del otro”.

¿Qué le pasa a la gente y por qué escasea la racionalidad? se pregunta el profesor S. Pinker en Racionalidad (2021), donde define herramientas para pensar y decidir mejor. La lógica, el pensamiento crítico, la probabilidad, la correlación y la causalidad apuntan a calibrar las decisiones arriesgadas, evaluar afirmaciones dudosas, entender las paradojas y comprender las vicisitudes de la vida. Y propone que “la racionalidad debería convertir en cuarteto el trío clásico de la lectura, la escritura y la aritmética”.

... “la racionalidad debería convertir en cuarteto el trío clásico de la lectura, la escritura y la aritmética”.

Pinker cita evidencias de nuestro descuido atencional hacia lo relevante de un problema. Si bien la racionalidad perfecta y la verdad objetiva son aspiraciones, se pueden definir reglas que nos aproximen colectivamente a la verdad, aislando sesgos comunes: ilusiones cognitivas, fanatismos, prejuicios, fobias “y los ismos que infectan a los miembros de una raza, una clase, un género, una sexualidad o una civilización”.

Despierta la racionalidad

Sobre la racionalidad económica y sus determinantes

Donde hay algo que ceder, la racionalidad debe arbitrar, sugiere Pinker, porque en el siglo de las patrañas virales circulan historias pintorescas como que el papa respalda a Trump. Señala que el 75 % de norteamericanos cree en posesiones demoniacas, percepciones extrasensoriales, espíritus malignos, mal de ojo o hechizos (¿cuánto será acá?). Incluso, los predictores del fin del mundo lo posfechan, sorprendidos de encontrarse vivos. ¿Qué originan estas creencias?: incapacidad de ponderar evidencias con base en probabilidades previas, sobre interpretación de coincidencias, generalización de lo anecdótico, salto de la correlación a la causalidad, culpar a los medios, atribuir la irracionalidad a otros.

El sesgo invade el debate y los bandos parecen sectas religiosas unidas por la fe en su superioridad moral y el desprecio a lo opuesto, anota Pinker. Las raíces son profundas: polarización de medios, fraudes electorales, políticos y think tanks dependientes de donantes, declive de la sociedad civil. En cambio, los argumentos sólidos marcan la diferencia “entre la fuerza moral y la fuerza bruta, entre las marchas por la justicia y las turbas de linchamiento, entre el progreso humano y la destrucción”.

Que la inconsistencia política es fatal para el razonamiento, lo sabemos los ciudadanos. ¿Será de aclarárselo a todas las funciones del Estado ecuatoriano? (O)