Parecerá algo superfluo hablar del sueño cuando mañana, 11 de abril, será un día trascendental para la vigencia de la democracia republicana. Pero el silencio electoral obliga a no tocar temas que pudieran inducir a los electores a votar por algún candidato de su preferencia, así que nada más apropiado para hoy que cavilar alrededor de la pregunta ¿qué soñaremos esta noche, antes de ir a votar? Sí, ¡a votar!, a pesar de la pandemia, la movilidad reducida, las exenciones por edad, salud o discapacidad. Porque somos ciudadanos cuando decidimos con nuestro voto el futuro que soñamos. Un futuro por reconstruir sobre los escombros de un país en ruinas.

Ya se trate del fascinante poema Primero sueño, de sor Juana Inés de la Cruz –mujer, poeta y monja–, sobre el que Octavio Paz afirmaba que conserva un sitio único en la historia de toda la literatura y la poesía española de los siglos XVI y XVII. De la controvertida Interpretación de los sueños, de S. Freud. De la atrevida afirmación de Susan Sontag: Sueño, luego existo (parafraseando a Descartes). O de los versos de Calderón de la Barca: “Que todo en la vida es sueño y los sueños, sueños son”; lo cierto es que esta noche soñaremos y, hasta de pronto, recordemos que ‘los otros existen de veras’, como también escribiría Sontag. Sorprendente epifanía que cobra infinita relevancia en estos tiempos de nuevos malestares en la cultura.

Y es sobre la existencia de los otros que hablaba Hanna Arendt. Que la condición humana de la pluralidad está ligada al hecho de que los hombres vivan en la Tierra y habiten en el mundo, porque esta pluralidad es específicamente la condición sine qua non de toda vida política. Es justamente nuestra pluralidad la condición de la acción humana y una vida políticamente activa lleva por fundamento pensar en lo que podemos hacer juntos en libertad.

Que los otros son “carne de mi carne, huesos de mis huesos”, afirma la filósofa Adela Cortina con esta arrolladora declaración que no hace sino reconocer que necesitamos de los demás para convivir; por tanto, una ‘ética de la razón cordial’ es vital para consolidar los vínculos humanos. Cortina da cuenta de que, al reconocernos en los otros, validamos su calidad de interlocutores, siempre que sus argumentos satisfagan intereses colectivos, no individuales, lo que también implica la predisposición para comprender de modo propio y justo lo que para otros es el interés universal. En suma, interpretar, apreciar y compadecer –más allá de lo racional– el sufrimiento de los demás, con el corazón tatuado singularmente.

No sé qué acontecerá mañana, pero espero que los resultados de la elección presidencial, cualesquiera que sean, generen la adhesión de todos los ecuatorianos, en el marco de los valores democráticos universales. Por mi parte, a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde, a las cinco de todos los relojes –en los soberbios versos de García Lorca– entonaré con cívico fervor la majestuosa estrofa de nuestro Himno Nacional: “Dios miró y aceptó el holocausto, y esa sangre fue germen fecundo de otros héroes que, atónito el mundo, vio en tu torno a millares surgir”. (O)