El océano Pacífico, el más extenso y profundo de nuestro planeta, recibió su nombre luego de que el explorador Fernando de Magallanes se convierta en el primer europeo en cruzarlo. Durante su travesía por territorios inexplorados lo acompañaban siempre aguas pacíficas, de ahí su nombre. Nosotros reconocemos el carácter de nuestras aguas cuando llegamos a la playa y parados frente al mar sentimos esa brisa marina, suspiramos, y nos invade la calma. El Atlántico por otro lado, en mi opinión, es un gigante imparable de una fuerza intensa, como el crescendo de una orquesta, golpeando ferozmente los acantilados.

Nuestras costas son también cálidas, tropicales, y aunque se muestren serenas en la superficie, dentro esconden fenómenos caóticos y tumultuosos, que no dejan de ser armónicos en su propia sinfonía. Como ejemplo están las islas Galápagos. Las Encantadas brotaron de una caldera volcánica o hotspot hace más de 5 millones de años. Actualmente Fernandina, la isla más reciente, está ubicada sobre esta caldera. El resto de las islas que se originaron desde este punto se han movido hacia el este, como San Cristóbal.

Desde los años 70 este archipiélago ha sido de gran interés para la exploración submarina de profundidad y fueron científicos a bordo del sumergible Alvin que encontraron un ecosistema hasta ese entonces desconocido: las fumarolas hidrotermales, ecosistemas de altas temperaturas y gases tóxicos. Este descubrimiento cambió nuestra visión de los seres vivos y su funcionamiento, al encontrar animales como gusanos de tubo gigantes, almejas y camarones ciegos que viven en la total oscuridad de este ambiente hostil. Ellos le deben su vida a bacterias que realizan la quimiosíntesis, en lugar de la fotosíntesis (al haber ausencia de luz solar), transformando gases químicos en compuestos orgánicos, siendo la base de la vida en este lugar. Aparte de estas chimeneas, volcanes, remolinos y montes submarinos, las profundidades de nuestro océano esconden tesoros que recién estamos empezando a descubrir.

Subiéndonos en el sumergible y volviendo a la zona fótica, o zona de luz, hay más tesoros marinos. Las ballenas jorobadas, que también conocen nuestras aguas serenas, vienen a criar a sus bebés, encontrar pareja y descansar antes de retomar su viaje hacia los polos donde se alimentan. Desde el mes de junio hasta octubre, es común encontrarlas a lo largo de nuestra costa dando saltos para lucirse o descansando panza arriba. En esta época también llegan las mantas gigantes que se alimentan aquí y visitan las estaciones de limpieza, o spas marinos, antes de seguir su camino. Interactuar con estas criaturas son de las experiencias más surreales, y las tenemos aquí en casa.

Nuestras costas esconden muchos secretos, desde barcos hundidos y objetos perdidos hasta ecosistemas y especies que desafían nuestro entendimiento sobre la vida. De pequeña, explorar las pozas de marea era la mayor aventura, y encontrar estrellas bajo las rocas, el tesoro más grande. Pero para hallar uno hay que empezar definiendo ¿qué consideramos como tesoro? De lo contrario, no sabremos identificarlo ni valorarlo cuando lo encontremos. (O)