La vida cotidiana, social, económica, familiar, política, laboral y estudiantil de los ecuatorianos se ha convertido en un thriller interminable, cuyo desenlace no se anticipa y mucho menos un final feliz. El término, de origen inglés y aceptado por la RAE, alude al género narrativo de esas novelas y películas de intriga, misterio y suspenso. Un género con subgéneros: policial, político, psicológico, de secretos familiares, espionaje, narcos y otros. El efecto buscado y logrado consiste en mantener a los espectadores en un clima de zozobra, desconocimiento y sobresaltos pautados hasta que llega la solución. El volumen de sangre derramada es variable, pero la violencia de todo tipo es inevitable y necesaria para sostener la trama. El alivio final nos devuelve a la reconfortante realidad cuando termina la película, miniserie o novela. El problema es que en este thriller ecuatoriano, los ciudadanos somos espectadores y protagonistas a la vez, y el guion es nuestra vida ordinaria. Inadvertidamente y en estos últimos años, pasamos a formar parte de esta narración individual y colectiva.

Este thriller empieza cuando despertamos o somos despertados por la alarma de algún vecino que ha sufrido un robo. Luego, el primer noticiario de la tele muestra el desfile progresivo de crímenes y sicariatos con imágenes y testimonios. El segmento de las entrevistas despliega el thriller político: asambleístas delincuentes, secretos palaciegos, funcionarios corruptos, congresistas confabulados y expresidentes o ministros prófugos. Enseguida, los niños van a la escuela, donde algunos de ellos están expuestos y eventualmente sufrirán acoso, agresiones físicas y abusos sexuales. Mientras tanto, los jóvenes van a la universidad y los adultos al trabajo; si son pobres y viven en Pisulí, deberán jugarse el físico para abordar un bus atestado, donde las mujeres serán manoseadas y los carteristas harán de las suyas; si tienen carro y viven en El Batán, deberán afrontar el estrés del tráfico y la agresividad de los conductores.

El efecto buscado y logrado consiste en mantener a los espectadores en un clima de zozobra, desconocimiento y sobresaltos pautados hasta que llega la solución.

En el trabajo están sujetos a la contingencia de la inestabilidad y el acoso laboral, o la posibilidad del robo al local o emprendimiento propio. En el retorno a casa, las crecientes probabilidades de ser asaltados por dos motociclistas mientras se camina de la parada al domicilio o el momento que se abre la puerta del garaje para guardar el carro. En casa, las novedades y conflictos hogareños, más los nuevos muertos y heridos en la voluminosa crónica roja del noticiario nocturno. Y así, todos los días.

La delincuencia combate cada día al Ecuador

En esta secuencia se suceden todos los subgéneros. El thriller político, con guiones escritos por nuestros asambleístas, cuya imaginación supera al Costa-Gavras de sus mejores tiempos. El thriller policial, con la diferencia de que nuestros policías no siempre ganan, y cuando lo hacen se exponen a ser encarcelados y condenados por uso excesivo de la fuerza. El thriller narco, próspero, cotidiano y expansivo, aunque sin guapas modelos colombianas. El thriller de misterio “¿Dónde está la plata?”. El thriller familiar, que produce niños maltratados y a veces culmina en feminicidios… “The End”. (O)