Lo ocurrido el pasado lunes en Quito, dentro del sector de La Gasca, es solo una advertencia de lo que se viene en muchas ciudades, como consecuencia de la depredación del territorio y el cambio climático. Esta tragedia no solo que muestra cuán vulnerable es nuestra capital; también nos enseña cuán mezquinas pueden ser las personas que conducen su comportamiento público, según el cálculo político.

Aquella catástrofe que ahora inunda las redes sociales es el producto de décadas de crecimiento urbano, a punta de rellenar quebradas, como si estas no fueran los drenajes naturales de nuestras montañas. Si a esto le sumamos la deforestación del Pichincha, tenemos una tormenta perfecta. Más bien debería sorprendernos de que esto no haya ocurrido antes.

El plan regulador de Guillermo Jones Odriozola tiene muchas virtudes. Su geometría articulada permitió que el crecimiento de la ciudad hacia el norte se adaptara a la sinuosidad del valle de Quito. Sus calles en diagonal permiten esquivar las pronunciadas pendientes de la topografía local. Sin embargo, si algo se le puede observar a dicho plan es la indiferencia que tuvo frente a la presencia de las quebradas. No creo que debamos culpar de ello a su autor. No se trata de una negligencia por su parte, sino del reflejo de una época en la que nadie prestaba atención a las condiciones naturales del paisaje.

Lo mismo ocurrió en Guayaquil, cuando en los años sesenta se rellenaban esteros con basura; irónicamente, con las mismas consecuencias.

A todo esto se suma la poca solidaridad de parte de los personajes públicos relevantes de la ciudad, que optaron por el oportunismo político. Cuando mis amigos de Guayaquil me preguntan qué le falta a Quito, mi respuesta es “un terremoto”. Con ello expreso que solo una desgracia de magnas consecuencias podría unir a una ciudad de posturas antagónicas y opiniones contrapuestas. Lamentablemente, todos los politiqueros salieron a ganar votos pidiendo la cabeza de funcionarios públicos, en lugar de ir a ayudar a los damnificados. Se extrañan los tiempos en los que el alcalde Rodas realizó una impresionante gestión para ayudar a las víctimas del terremoto en Pedernales del 2016. Más allá de las observaciones que se haya hecho a su gestión como alcalde, no se puede negar que jugó un papel importante en la canalización de la ayuda a los perjudicados en Esmeraldas y Manabí. Quizás el actual alcalde pueda aprender de ello un poco. Hubiera sido reconfortante para los quiteños ver al burgomaestre en el lugar del desastre, ayudando a quienes perdieron posesiones y seres queridos.

Los arquitectos y planificadores no podemos seguir negando la naturaleza y no aprender de ella. Nos desvivimos hablando de la función sobre la forma en la arquitectura, pero no somos capaces de ver la función que cumplen los accidentes geográficos.

Se dice que cuando Bolívar destituyó a Olmedo como jefe de Gobierno de la provincia de Guayaquil, le dijo: “Una ciudad y un río no hacen un Estado”. En el caso de Quito, podríamos decir que algunos edificios altos y un metro no nos convierten en metrópoli. Hay mucho por hacer aquí, sobre todo en el aspecto humano. (O)