Como bien han señalado filósofos como Jürgen Habermas, un proceso democrático saludable es esencialmente un proceso de deliberación donde distintos puntos de vista entran en contacto en la esfera pública, generando un diálogo que busca la comprensión mutua en vista al bien común. La democracia, por lo tanto, no debe ser entendida simplemente como un proceso en el que los votos de cada ciudadano son sumados y “la mayoría gana”, sino un proceso de descubrimiento y reflexión en el que la ciudadanía busca el entendimiento recíproco. La democracia, por lo tanto, depende de nuestra capacidad de entender al otro.

El discurso político de las últimas décadas, sin embargo, ha estado marcado por una creciente tendencia hacia la polarización y los auténticos esfuerzos por entender cómo piensan los otros son cada vez más raros. Mucho más común ahora es simplemente tachar al que piensa distinto como “progre” o “facha” y creer que la razón por la que no comparten tu modo de ver las cosas es porque son demasiado estúpidos, o quizá porque estén movidos por oscuras agendas o conspiraciones. El mundo parece ser cada vez menos capaz de entender que existen personas inteligentes y bienintencionadas que simplemente no piensan como uno.

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Varios son los factores que explican esta tendencia. Por un lado, la psicología ha advertido que la mente humana naturalmente busca rodearse de opiniones similares a la nuestra. En efecto, varios experimentos demuestran que escuchar perspectivas que no compartimos genera en la mente incomodidad, ansiedad e incluso dolor, razón por la que compulsivamente buscamos evitar situaciones donde nos enfrentemos a opiniones discordantes. Esta tendencia natural se encuentra ahora magnificada por la llegada de redes sociales, donde algoritmos activamente buscan conectarte con personas y contenidos con los que ya te sientes identificado, rodeándote de otros individuos que tienen tus mismas perspectivas, por más radicales y alejadas de la realidad que sean.

Mucho más común ahora es simplemente tachar al que piensa distinto como “progre” o “facha”...

Pero quizá lo que nos empuja cada vez más hacia la mentalidad de la tribu es el hecho de que vivimos en sociedades cada vez más complejas, con problemas que requieren mayor pensamiento. Los grandes debates de la actualidad como el aborto, la migración, la crisis ambiental, la lucha contra la pobreza, y cómo organizar nuestro sistema económico son extremadamente complejos, admiten muchas perspectivas y requieren de encontrar soluciones matizadas. Esta extrema complejidad, sin embargo, resulta abrumadora para la mente humana. Mucho más sencillo es convencerse de que en realidad estamos ante problemas simples que pueden resumirse en un meme, un TikTok, o los 280 caracteres de un tuit.

La democracia en apuros

Las consecuencias de la tribalización política son catastróficas. El auge de populistas como Trump, Bolsonaro y los socialistas del siglo XXI, así como el aumento de la violencia política, son resultado, en parte, de este progresivo embrutecimiento del discurso político, cada vez más incapaz del diálogo y la autocrítica. El futuro de nuestra democracia dependerá de revertir esta tendencia y superar la política de la tribu. (O)