Caricatura presente que sustituye al “Yo pienso, y por tanto soy”, que Descartes propuso y desarrolló hace casi cuatro siglos en sus Meditaciones Metafísicas, donde la experiencia subjetiva, inmediata, incuestionable y única del pensamiento era la evidencia absoluta del ser. A partir del “soy una cosa que piensa e inextensible”, el pensador francés inauguró el debate moderno de la actual filosofía de la mente, que sigue discutiendo sobre la relación entre la mente y la materia, entre la experiencia subjetiva y el funcionamiento cerebral, dividiendo a los filósofos y a los neurocientíficos entre el dualismo cartesiano y los diversos monismos actuales. Una discusión inexistente para aquellos en los que el tuiteo inmediato y meramente reactivo sustituye al pensamiento y es la sola afirmación de su existencia en el siglo XXI de las redes sociales.

Pastiche que sustituye a las paredes y murallas por las pantallas como los papeles donde los canallas de hoy sostienen los falsos e intrascendentes debates sobre cualquier asunto de interés público, buscando seguidores en lugar de propiciar la construcción de la opinión argumentada y creativa. Catálogo de la psicopatología popular y sus mecanismos, donde predomina el de la proyección: la atribución al semejante de la propia estupidez. Teclear sin pensar como un reflejo rotuliano, donde el análisis de la opinión adversa se remplaza por la respuesta medular de antipatía que no llega al cerebro. Reacción afectiva intestinal, donde la “ideología” como la representación inconsciente de la realidad que determina las acciones de los sujetos sin que ellos se percaten del mecanismo, encuentra sentido.

Oportunidad desaprovechada donde las propuestas reflexivas de unos pocos se desperdician entre el intercambio banal y predecible de insultos y acusaciones del resto. Ante la inmediatez de la comunicación globalizada, la declinación de la prensa escrita, el desinterés por las páginas de opinión y la astenia de las universidades, unos pocos pensadores solitarios escriben ideas en las redes creyendo que allí germinarán las discusiones productivas. A lo sumo obtienen pocas respuestas y unas cuantas reproducciones, menos que aquellas que consiguen los memes satíricos o las fotos de lluchas. Nunca más los ricos debates originales entre “Señor Espíritu” y “Señor Carne”, entre René Descartes y el cura Pierre Gassendi, el primer contradictor ilustrado de la existencia de una mente independiente del cuerpo.

Adicción autoerótica de los consumidores que tuitean y luego se excitan devorando mensajes y respondiendo a ellos, en vez de aprender a pensar leyendo a los clásicos, o aunque sea esos best sellers de moda del tipo “En Auschwitz no había internet”. Expresión de la soledad del mundo contemporáneo, más evidente en la sociedad ecuatoriana, donde las tertulias amistosas y familiares sobre la política están en trance de extinguirse, ante el furioso e irreconciliable enfrentamiento entre los “pros” y los “antis” que padecemos desde hace quince años, y que empeora cada vez más. Tecnodependencia de un negocio billonario para incrementar la fortuna de Elon Musk, o quien sea. (O)