Si no lo consigue en esta ocasión, lo hará en la próxima, o en la siguiente, y así sucesivamente. Pero a estas alturas, ya no hay duda de que el gran propósito en la vida de don Leonidas Iza es instaurar en el Ecuador el comunismo indoamericano mariateguista, incluso si ello implica derrocar al régimen de turno, y a pesar de (o gracias a) una mayoría pequeñoburguesa inerte que desaprueba sus actos y padece las consecuencias, pero que se mantiene callada, inmóvil e intimidada, en tácita complicidad con la violencia sufrida. Si en este último cuarto de siglo los ecuatorianos tumbamos a tres presidentes, lo hicimos en buena medida gracias a la manifestación de esa extensa clase media urbana ecuatoriana, particularmente quiteña. La misma clase que en esta ocasión o en la próxima ayudará con su inacción a tumbar a Lasso, o al sucesor, por nuestra inhibición, síntoma y angustia, como decía Freud.

Quizás la historia vuelva a repetirse, como en el bolero. La de algunas revoluciones triunfantes, aunque luego caducas como la rusa, tuneadas como la china, o seniles como la cubana. Una historia que ocurre en países previamente muy inequitativos, con elevados índices de pobreza, desempleo, insalubridad, subalfabetismo, corrupción e inseguridad. En países con democracias débiles o inexistentes, instituciones ineficientes, burocracias inoperantes, políticos delincuentes y justicia podrida. En países con pocos ricos que llevan sus millones afuera y mandan a sus hijos a vivir en el exterior. En países con demasiados pobres resentidos y dispuestos a apoyar cualquier aventura que les prometa el paraíso. En países con una clase media cómoda, ignorante e indiferente, que creció económicamente y cultiva la ideología del nuevo rico, con un mestizaje no asumido y un racismo manifiesto. En países con una población indígena importante pero siempre marginada desde hace siglos. En países como el Ecuador.

Tenemos un gobierno que presume de conciliador y políticamente correcto, es decir, ingenuo según la real política ecuatoriana. Un gobierno contra las cuerdas que pide pausa y mediación, ante un adversario al que jamás le interesó verdaderamente el diálogo porque solo busca la imposición de sus exigencias como un preludio de lo que seguirá obteniendo hasta llegar a dormir en Carondelet. Dicen que Iza tiene plata, vehículos caros y más de un “tractorcito”, que amenaza a sus propios hermanos si no van a las marchas, que promueve la extorsión a los floricultores y pequeños productores de su provincia, y que su violencia incrementa el racismo de los mestizos ecuatorianos y empeora la exclusión de su pueblo. Nada de eso le importa a él, porque octubre 2019 apenas fue un ensayo y una práctica para el terrorismo bien entrenado que ya tenemos acá y nos hemos negado a reconocer. Si nos contentamos con delegar en la Policía y las Fuerzas Armadas la función de detenerlo, sin expresar nuestro apoyo al orden constitucional de manera no violenta, es que no aprendimos nada de la historia. Iza sabe el país que quiere, pero sobre todo, él sabe lo que quiere para sí mismo, y podría ser que el país se lo permita, por nuestra flaqueza moral. (O)