Uruguay no deja de sorprendernos. En aquel pequeño territorio con vista al Atlántico, referente para el resto de Latinoamérica no solo en fútbol, sino también en conciencia y civilización política, surge ahora un proyecto que debería llevar a soñar a la sociedad toda: una guía para que los padres tutelen a sus hijos en sus inicios en las redes sociales, entre los 6 y 12 años; y también para cuando los mismos chicos usen las redes entre los 12 y 18 años.

Tierno. Soñador. Indispensable desde mi punto de vista; iluso e inútil, a criterio de otros. Lo cierto es que Unicef y Plan Ceibal (oenegé uruguaya) se juntaron para hacerlo bajo la premisa de que los padres de esos niños y jóvenes no fuimos educados para “enfrentar” a las redes y su innegable poder de persuasión e influencia.

Pero además han dicho los creadores que con ese manual aportan a la desmitificación del internet y las redes sociales, así como a darles un sentido positivo y útil a su manejo. Y grandes dosis de sentido común y respeto a los derechos de los demás. Qué mejor que hacerlo desde los primeros pasos de quienes luego tienden a volverse usuarios compulsivos, con el celular como una extensión de alguno de los brazos.

Es necesario que la nueva generación de consumidores de información, que a la vez serán en breve tomadores de decisiones, valoren la herramienta digital y la despojen cuanto antes del estigma de que su principal uso es para circular información negativa, no confirmada. O para hacer el mal con premeditación y alevosía.

Que los valores y patrones de comportamiento que la sociedad ha decidido como vigentes, sean los mismos que los internautas mantengan en redes que muy constantemente se convierten en escenarios de combates descarnados, o tribunales especiales con marcados sesgos.

Y entonces entra en escena la verdad, o la representación que de ella tengamos según el ángulo, temporalidad y proximidad desde donde la miremos. Porque lejos de poseerla en absoluto, como suele verse en redes sociales, es material moldeable para quienes desde el anonimato hacen papilla con el honor y el buen nombre.

En esos primeros pasos que la guía uruguaya pretende iluminar, bien se podría empezar con el uso de las imágenes y el respeto tanto a quienes las protagonizan, cuanto de la secuencia lógica que suele alterarse en labores de edición poco santas, de lo que están repletas plataformas como Facebook, Twitter o Instagram. Al menos en TikTok, el estilo jocoso de muchas propuestas descarta, de entrada, su fidelidad con los hechos.

Como comunicador aplaudo la iniciativa uruguaya y de Unicef. No podemos darnos el lujo de que la próxima generación, la de los pandemials, vuelva a cometer los mismos errores de valoración informativa y reacciones manipuladas que muchas veces, en muchas partes del globo, han protagonizado sus mayores.

Que vuelva la capacidad de asombro, la duda, la verificación y contrastación, no solo en el ámbito de la comunicación profesional, si no en toda la sociedad, donde cada poseedor de smartphone se siente posibilitado a publicar lo que sea, sin reparar en quien resulte afectado. (O)