La conexión permanente con diferentes aparatos tecnológicos es una de las características que nos definen como individuos y sociedades en la contemporaneidad. Es dramática, pues muchos hemos desarrollado síndromes evidentes de dependencia absoluta de lo que pueda publicarse en redes sociales, en internet o en cualquier medio de comunicación, a modo de navegantes desorientados en la inmensidad del parloteo informático que, por el solo hecho de ser el repositorio de todo, nos seduce hasta la enajenada degradación que representa la fusión con la irreflexiva masa captada por el espejismo tecnológico.

Además del frenesí desatado por la bajeza humana al alcance de todos, ahí en la red, se encuentra también lo excelso y sofisticado, lo sencillo y trascendente, la ciencia y la poesía, el arte, la literatura, el dolor, el sufrimiento y la exultante alegría tan humana y vital. Ahí está toda la música del planeta, la historia y la actual realidad geográfica, climática, cultural, económica y las expectativas del siempre incierto devenir. Ahí están los notables de todo el mundo a quienes los podemos tener en casa, como nunca antes a través de las plataformas virtuales, para que compartan sus conocimientos, sus sueños y esperanzas.

Como siempre, el ejercicio del libre albedrío nos define. Podemos estar en la sutileza impresionista de la música de Debussy y también en la fina claridad de la inmensa voz de la señora de la canción nacional, doña Carlota Jaramillo. Podemos conocer la historia de Mongolia y los desafíos de los pueblos aislados de la Amazonía ecuatoriana. Están a nuestro alcance la partitura de Eine Kleine Nachtmusic y también la de Nuestro juramento.

Ahí, en el ciberespacio se encuentran los ideales de los pueblos en su relación con la naturaleza. La tradicional posición judía y cristiana frente a la defensa ambiental, reivindicada siempre y ejemplificada en la vida de Francisco de Asís. La postura budista que promueve la empatía con todas las formas de vida. El aporte del hinduismo que comprende el concepto de madre tierra y su indisoluble unión con toda práctica espiritual. El aporte de Confucio, Lao-Tse y la filosofía china que proponen principios y normas para vivir en comunión con el todo. La Pachamama andina que busca sostenibilidad y respeto a la naturaleza. Y la encíclica Laudato Si que refleja el pensamiento de la Iglesia católica y su alabanza a la tierra.

En ese contexto, el emérito jurista italiano Luigi Ferrajoli, desde Roma y en tiempo real, disertó en la Universidad del Azuay sobre su propuesta para que la humanidad cuente con una Constitución global de la Tierra que ampare jurídicamente a lo más valioso y delicado, la naturaleza y sus componentes: agua, aire, bosques, animales, aves, plantas, flores, ríos, mares y cielos, buscando proteger lo más importante para la vida, que es la vida misma, que se manifiesta en cada criatura y elemento.

Así, el derecho mundial respondería, desde su esencia obligatoria y coercitiva, a uno de los originarios y más poderosos ideales de la humanidad, su armoniosa convivencia con el entorno natural, en busca de la sostenibilidad. (O)