Nueva York sigue siendo una de las ciudades que establecen nuevas tendencias a nivel mundial en lo que a urbanismo se refiere. Desde hace algunos años hasta la fecha, el nuevo experimento urbano se encuentra en el lado occidental de la calle 57 de Manhattan; lo que muchos conocen ahora como “The Billionare’s Row”. Es ahí donde se concentran una serie de construcciones audaces. Rascacielos extremadamente altos y esbeltos (su altura puede ser equivalente hasta 24 veces el ancho de su fachada frontal) destinados a uso residencial. La estrechez de dichas construcciones no solo es un logro de la ingeniería civil, es también el principal motivo por el cual estos edificios cuentan con muy pocas unidades de vivienda, y por ende, suelen ser extremadamente costosas. Un departamento en Billionare’s Row puede costar tranquilamente unos 170 millones de dólares.

Sin embargo, lo curioso de todo esto es que casi la mitad de dichas residencias están inhabitadas, vacías; al menos, por gran parte del año. El resultado de estas edificaciones habitadas a medias es una calle que vive a media llave. Tiene actividades comerciales y recreativas, pero no tan efervescentes como uno esperaría. Esto es lo que la inevitable moda en urbanismo conoce ahora como “urbanismo zombi”, algo que no está del todo vivo, pero tampoco está del todo muerto.

Esta situación se repite en muchas otras ciudades alrededor del globo. Ciudad de Panamá es la más emblemática en dicha categoría, acá en el barrio latinoamericano. Hay barrios en París que tienen un nivel de ocupación de apenas el 25 %. Londres cae en algo similar. En Melbourne existe un distrito entero con condiciones fantasmales. Muchos municipios advierten a los propietarios de poder recibir sanciones si mantienen sus propiedades desocupadas hasta después de un plazo determinado. En los casos de Berlín y Barcelona, la ciudad llega incluso a amenazar con la expropiación de dichos inmuebles.

La pregunta que queda es: ¿Por qué tanto esfuerzo en construcciones o remodelaciones suntuarias, que no son habitadas? Esto es producto de la tendencia mundial de maximizar las características capitales de dichas propiedades. Un departamento muy costoso se puede licuar fácilmente a través de préstamos y bonos, al convertirlo en garantía. Así se logra que un inmueble adquiera, a través de procesos relativamente sencillos, las cualidades de un bien mueble.

Como economista urbano, no me opongo a que la gestión inmobiliaria sea usada con fines de lucro. Esa es parte de la esencia del uso del suelo y sus derivados, los bienes inmuebles construidos. Sin embargo, desde la perspectiva de la planificación urbana, me queda la inquietud de advertir un conflicto de prioridades desde la administración de las ciudades. ¿Con qué propósito administramos una ciudad? ¿Es para mejorar la vida de todos sus habitantes, o para que algunos pocos tengan acceso a interesantes líneas de crédito? ¿Pueden ambas actividades coexistir en un solo espacio?

El mercado inmobiliario en nuestro país aún sigue siendo raquítico, comparado con Billionare’s Row. Estamos a tiempo para poder escoger bien el futuro que queremos. (O)