Quiero empezar este retorno a las páginas de EL UNIVERSO con una revelación: soy un vacunado big.

Vacunado, de día claro y con sol, como decía mi papá. Con 53 años de edad y en mi calidad de profesor universitario por casi tres décadas, en una jornada en que, en un asiento cercano había una profesora parvularia, de no más de 30 años, también convocada a vacunarse por el Ministerio de Salud, en el afán de que las clases vuelvan a ser presenciales cuanto antes.

Sí, big, ni remotamente vip. En mi caso por mi 1,80 de estatura y mis 235 libras. Y acepté la vacuna porque creo que fue un intento tardío del gobierno anterior de enderezar un proceso en el que fracasaron, al no haber implementado desde el inicio la vacunación simultánea que, supe de muy buena fuente, estaba en la propuesta que hicieron quienes armaron un plan luego negado.

La idea era así: un vacunado de la tercera edad, por ser el sector más vulnerable; un vacunado de primera línea, especialmente de servicios de la salud; y un vacunado del sector productivo de la sociedad, que a la vez no lleve el virus a su casa para contaminar a la familia. Esta alternancia, según entendidos, era un buen camino hacia la ansiada ‘inmunidad de rebaño’. Una dosis para un anciano, para precautelarlo y evitar que colapsen los servicios hospitalarios; otra dosis para un médico o enfermera que combatía de frente al virus; y una para un trabajador, formal o informal, que sale a la calle diariamente a mover la economía, y quizás asintomático, expande el riesgo.

No se lo hizo así y quedaron casi nulas las opciones para los jóvenes, a quienes ahora las mutaciones del virus están prefiriendo para llevarlos a salas UCI. Ni siquiera se armó un plan B para ese sector, y beneficiarlo de esas dosis que se quedaban sin dueño ante la negativa inicial, especialmente de médicos y algunos otros de los convocados, de ponerse la vacuna por desconfiar de ella, al no respaldarla los 5 o hasta 10 años de investigaciones que suelen tener otras.

Se optó por magnificar una vacunación a paso de tortuga a los ancianos, que sigue inconclusa; se escondió como un pecado la lógica decisión de vacunar al presidente y su entorno que manejaba la crisis, aunque con brotes de privilegiados; se silenció un riesgo real de desperdicio de dosis por los que no se presentaban; se decidió vacunar a quienes sirviesen de ejemplo de que la vacunas son buenas, y escogieron a algunos periodistas, rectores universitarios y personajes públicos. Los que aceptaron, ante el absurdo sigilo con que se manejó la idea ejemplarizadora, quedaron mezclados con los vip, por la ausencia total de una eficaz comunicación oficial. Y, lo peor, no se logró neutralizar la corrupción que invade a la salud pública.

Veo con optimismo que el plan de vacunación de Guillermo Lasso le ha puesto fecha a la inoculación de los jóvenes, de entre 16 y 50 años: 15 de julio. Y aunque me hubiese gustado que sea antes, por el bien del país, surge una luz. Solo resta esperar que los procesos funcionen y sean transparentados. También que los laboratorios cumplan con sus compromisos y las vacunas lleguen fluidamente. (O)

@gcortezg