“Sobraban vacunas”. Lo escuché a una pareja de jóvenes estudiantes de Medicina que salieron a contar su verdad, meses después de ataques y amenazas hasta de muerte, por haberse vacunado entre los primeros, cuando se lo hacía preferencialmente a quienes estaban en primera línea de combate al COVID-19, es decir, médicos, enfermeras y trabajadores de la salud; y también las personas de la tercera edad. La justificación, a pesar de que iba acompañada de arrepentimiento, fue puesta en duda por los jueces y verdugos digitales, quienes entonces querían destruir a esos dos jóvenes, porque les parecía ‘imposible’ que ‘sobren vacunas’.

Ahora, semanas después, en prensa, radio y televisión, en redes y YouTube, proliferan los reportes de una realidad que se vive en los centros de vacunación, con una mejor organización, y en todos esos despachos informativos llama la atención, justamente, que… ‘sobran vacunas’, por el marcado ausentismo (no van 4 de cada 10 citados). Pero tampoco hay un plan B que permita que esas vacunas asignadas y no utilizadas en la jornada correspondiente beneficien de inmediato a quienes sí se las quieren poner para trabajar con mayor seguridad.

La lucha contra el COVID-19 en Ecuador, y en particular el plan de vacunación, es a todas luces víctima de las fake news, que invaden la internet y que en los últimos 18 meses han llegado a niveles inimaginables con la temática de la pandemia, sin reparar en lo mortal que puede terminar siendo manipular conciencias ávidas de noticias negativas.

De fuentes confiables he escuchado en Guayaquil aquello de que las vacunas no están ‘terminadas’, pues otras han demorado hasta cinco veces más en sus estudios, y que fue la razón principal de la negativa de médicos y servidores de la salud en febrero y marzo últimos. Que generarán infertilidad o deformidades; o las insólitas versiones de que poseen chips de rastreo o causan magnetismo en la zona del pinchazo, pues se pegan monedas y cucharas. Sumadas a las convicciones de algunos grupos religiosos que consideran que todo lo que ocurre, vacunas incluidas, es cosa del demonio. Y si a usted le causa gracia esto, sepa que hay otros, miles, que se lo creen y han decidido no vacunarse porque el virus “ya pasará”.

Para las fake news, el remedio es información, información y más información. Relatos, testimonios, casos. Abundantes, verificables, que desnuden lo ilógico y falaz de tales afirmaciones, en una población que pide a gritos restablecer su economía. Es el momento de unir los esfuerzos comunicativos, medios tradicionales, digitales, influencers, celebrities, youtubers, todos, bajo una misma idea: desmontar los mitos que generan el susto de quienes deben vacunarse. Inyectar confianza. Ya se lo hizo en 1995, guerra del Cenepa, cuando el país se unió en torno a la defensa territorial amenazada por el Perú, y la prensa fue parte importante de la unificación de esos mensajes que tranquilizaban a la sociedad. El COVID-19, sus mortales efectos, y ahora la angustiosa vacunación, anhelada por unos, rechazada por otros, es lo más parecido a una guerra que hemos vivido en las últimas décadas. (O)