Ha sido un año de surfear situaciones como olas gigantes, de temer, pero también de agradecer. Hace pocas semanas, una amiga me invitó a pasar unos días en Ayampe y sentí que era el momento de hacer una pausa y huir de la ciudad; lo consideré un fin de semana para vencer miedos, desde el principio, que implicaba manejar a un lugar desconocido por mí. Respiré profundo, armé bolso, hice revisar agua y aceite del auto, y partí en compañía de mis pensamientos y la idea recurrente de que la vida está del otro lado del miedo.

Cuando manejaba y tenía el mar a mi izquierda mientras entraba y salía de distintas poblaciones pesqueras, pensaba que la vida es un constante avanzar, conocer personas, vivir situaciones, emociones y decepciones también, pero es necesario mantenerse en movimiento porque siempre habrá algo nuevo que vivir. La vida no es un camino doble vía, es una carretera de sentido único hacia adelante, así que hay momentos en los que es necesario romper el retrovisor y dejar de añorar o resentir el pasado para poder avanzar. Una mujer que conocí por circunstancias peculiares este año me dijo: “A la gente oscura y mala no debemos tenerle resentimiento ni fastidio, sino compasión”, concuerdo y agradezco la sabiduría de ese consejo. Creo que todos tenemos la vida que merecemos, así que debemos hacernos responsables de la nuestra y de la forma en la que reaccionemos frente a las situaciones que nos toca vivir.

Durante esos días de playa que quedaron grabados en mi corazón, pude escalar rocas junto al mar, meterme en cuevas, tomarme fotos y salir corriendo antes de que la marea nos impidiera volver, vencí mi vértigo y subí a miradores desde donde se apreciaba la magia de la naturaleza, bajé sin zapatos hasta llegar al río y me conecté con la idea de que la única forma de mantener la paz es fluir de la misma forma que lo hace el agua. Los problemas vendrán, los agobios nos darán la vuelta y tratarán de atraparnos, pero depende de nosotros recordar que somos los dueños de nuestro destino y que manejamos el timón de nuestra vida hacia el derrotero que nos parezca mejor, asumiendo todas las consecuencias.

También visité el pueblo, conversé con su gente, comí con ellos y los escuché hablar siempre con optimismo contagiante. Me encontré con ecuatorianos y extranjeros que eligieron dejar todo atrás y empezar una vida junto al mar. Gente de mirada transparente y sonrisa afable, dispuestos a ayudar y con un sentido de comunidad que me hace querer volver. Yo era una desconocida, pero me hicieron sentir cómoda y en confianza. La gente que vive en paz es así, se le nota en la mirada, no tuitea sobre cosas bonitas, las practica en la vida real. Sus acciones hablan constantemente y esa es la gente que me gusta.

Finalmente, ahora que iniciamos el último mes del año, es un buen momento para plantearnos si somos felices o solo estamos viviendo por inercia. Es necesario encontrar una motivación, disfrutar cada día con su respectivo afán y agradecer lo vivido. Basta del drama sin sentido y la queja inútil. Por tanto, me quedo con las palabras de Barack Obama: “No dejes que tus fallos te definan, permite que te enseñen”. (O)