La desafortunada enunciación precoz de nuestro apremiado CNE la noche del domingo 7 de febrero, informando que Yaku Pérez iba segundo en el conteo de votos, suscitó una reacción inmediata, paradójica y pasajera en una porción significativa de los electores, incluyendo aquellos que previamente habían votado por Guillermo Lasso. Durante el lunes y el martes, una simpatía por la candidatura del líder indígena recorrió el país, bajo el supuesto de que él podría convocar el repudio contra el candidato de Rafael Correa de mejor manera que el candidato de CREO. Una simpatía a todos los niveles, incluyendo los nuevos ricos ecuatorianos desde “Cumbayaku” hasta “Samborondungo”. El fenómeno se explica porque este sufragio se ha convertido en lo contrario de una elección. Esta vez se trata de evitarla, de impedir que aquel que despierta el rechazo del 68 por ciento de los ciudadanos vuelva a reinar en el Ecuador, aunque sea por interpuesta persona.

Pero la alegría del pobre dura poco, o casi nada en este empobrecido país. La continuación del escrutinio ha modificado la previsión y a estas alturas parece que Guillermo Lasso será el contendor de Andrés Arauz en la segunda vuelta. Esto ha desatado una reacción indignada de parte de los afectados, quienes alegan ser víctimas de un fraude acordado por un supuesto pacto entre los poderosos y los ricos. Al mismo tiempo, ha provocado el desánimo y el desconcierto entre aquellos que veían a Yaku Pérez como el único que podía catalizar y canalizar la evitación del retorno del correísmo. “Yo votaría por Yaku, pero jamás por un banquero”, es la expresión ordinaria y dubitativa de algunos, que expresa ese prurito supuestamente ético, hipócritamente pudoroso y falsamente ideológico que define la posición de muchos ecuatorianos en relación con los ricos. Jamás votarían por un banquero, aunque ello implique el retorno de lo reprimido.

Pero los mismos que jamás votarían por un banquero se sienten impresionados por los ominosos anuncios de venganza que ha difundido Rafael Correa cual Júpiter Tunante… ¡Perdón, quise decir Tonante! (El que tiene boca se equivoca, dicen). Parece que los años han concentrado los sabores y taninos del habitante de Lovaina, para sugerir que el resentimiento vindicativo es el rasgo fundamental que anima su discurso y sus acciones políticas. En el caso de ganar su protegido, él volverá para exterminar a todos los traidores y enemigos, igual que Edmundo Dantesco… ¡Perdón, quise decir Dantés! (Hoy estoy más bruto que de costumbre) Con todo esto, me pregunto hasta qué punto ese rasgo funciona como un elemento de identificación para muchos de sus seguidores. Quizás no para aquellos genuinamente convencidos de su propuesta que forman los cuadros disciplinados y eficientes del correísmo. Pero tal vez sí para los no pocos fanáticos correofrénicos.

En esta incertidumbre ha surgido la propuesta de que el segundo, el tercero y el cuarto se junten para consolidar una alianza trascendente en beneficio del Ecuador, más allá de la coyuntura (anti)electorera. Sería algo probablemente inédito en la historia de este país. ¿Será posible tanta belleza? Ver para creer. (O)