A diferencia de lo que sugiere la lógica democrática, hay casos en los cuales un presidente notoriamente mediocre en su desempeño goza de un importante respaldo popular, motivando la atención e interés respecto de las causas de dicho respaldo. Por supuesto, usualmente se menciona que un mandatario con notables ejecutorias va a contar con el respaldo ciudadano, deducción evidente que, sin embargo, otorga mayor relevancia a la paradoja que supone el mal gobernante con gran aceptación.

Quizás el caso más representativo de ese fenómeno en los últimos tiempos en América Latina es el de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, quien sigue contando con un alto porcentaje de apoyo popular pese a las limitaciones de su gestión en el poder. Uno de sus desaciertos más evidentes ha sido, por ejemplo, el espíritu de “abrazos no balazos”, con el que ha tratado de impulsar una estrategia diferente frente a la delincuencia, el crimen y el narcotráfico; sin embargo, la realidad ha sido cruel y sangrienta ya que en sus primeros tres años de mandato, México ha registrado más de 105.000 víctimas de asesinatos, con niveles que ni siquiera se dieron en los primeros años del gobierno de Felipe Calderón, habiendo llegado al punto, hace algunos meses, de celebrar el hecho de que en un día determinado “solo” se registraron 68 asesinatos. Sin embargo y a pesar de otros errores notables en su gestión, López Obrador ha podido mantener un nivel alto de aprobación, lo que ha motivado a varios analistas a especular respecto de las razones que le permiten mantener tal vigencia.

En el pasado mes de enero, López Obrador tuvo una aprobación del 62,4 % de la ciudadanía, sin embargo obtuvo apenas el 32,5 % en la calificación del manejo económico y el 27,2 % respecto del control de la seguridad pública. En ese contexto se menciona el hecho de que la gran habilidad política de López Obrador ha sido lograr que el pueblo mexicano sienta que está representado por él, logrando que millones de mexicanos lo vean como una posibilidad de reivindicación, “él los encarna y empodera, les concede el sentimiento que por fin se les hará justicia, les devuelve la esperanza y les diseña un futuro lleno de felicidad”. Pero ¿cómo puede lograr un presidente tales percepciones si sus logros no van en esa dirección? Ahí surge la conveniente conexión entre el poder presidencial de López Obrador y el ciudadano común, “el pastor al cuidado de sus ovejas”, todo esto gracias a un manejo mediático que sintoniza la suma de aspiraciones, resentimientos y rencores de la mayoría de la población mexicana.

Naturalmente, ese es un logro que todo gobernante quisiera alcanzar, pero muy pocos pueden plasmar. Hay presidentes que pese a sus aciertos son percibidos con lejanía y tibieza por el pueblo. Que la mayoría de un pueblo piense y sienta que sin perjuicio de sus errores y torpezas, el mandatario los representa, los cuida, los protege, responde a un sinnúmero de factores en los cuales predomina obviamente la personalidad del gobernante. Acercar “mentalmente el enorme poder presidencial al ciudadano común” ¿es una virtud o más bien, una farsa? (O)