Ver Machu Picchu me produjo orgullo y, concretamente, orgullo ecuatoriano. Me explico, me enorgullece que no tengamos algo similar, un palacio construido por esclavos, mientras los pueblos de nuestro país constituían una sociedad libre. Ya los oigo murmurar incómodos, es que la civilización, pero los incas, mira la cultura… ¡Nada! Aquí había una cultura sofisticada, como se puede ver en sus exquisitas realizaciones en orfebrería, alfarería y tallado; desarrollaron una astronomía avanzada, que les servía para la agricultura y para sus navegaciones oceánicas. También su sistema de comunidades entrelazadas en una compleja trama de intercambios y compensaciones, que Frank Salomon llama “el archipiélago”, era una creación viva y singular. Por eso se opusieron con tanta bravura a la invasión inca, resistiendo por medio siglo a una fuerza militar muy superior. Y luego se aliarían con los españoles para liberarse de sus tiranos… desgraciadamente pronto, y no por última vez, los pueblos ecuatorianos querrán “libertarse de los libertadores”.

¿Resistencia indígena? Hay demasiadas variables a considerar

En pocas partes se puede ver tan claramente, como en el Ecuador, la perversa realidad de la fundación de un Estado. Comunidades libres se enriquecen con la práctica de la agricultura y del comercio, viene una banda armada y les impone una contribución que servirá para mantener a un rey y una nobleza que los “defenderán de otros saqueadores”. Luego estos grupos armados dominantes son sustituidos por otros, que eventualmente se alían con la población dominada, a la cual prometen “liberar” y al final todo queda igual. Así, a los conquistadores españoles les resultó fácil instaurar virreinatos donde ya había Estados originales americanos. En cambio, les fue imposible hacerlo donde había comunidades libres, allí la fórmula fue el exterminio y la introducción de esclavos africanos, como en el Caribe y Centroamérica.

¿Qué impulsó la conquista del Oeste americano?

Una de las primeras y fundamentales medidas de las bandas invasoras fue siempre el desarme de la población. El uso de las armas se restringe a la nobleza, aquí durante la colonia, a los indios y plebeyos les estaba prohibido llevar espada y montar a caballo… por eso no eran caballeros. No se lo prohibían para que “no se maten entre ellos”, sino para evitar que se vuelvan contra los señores. Los Estados han sido creados por imposiciones armadas, no por ningún pacto social. Esta idea del pacto o contrato social surge para justificar la dominación, recién en el siglo XVII, cuando ya la fe en el poder de los reyes dimanado directamente de Dios no era sostenible. Sin embargo, la que podríamos llamar sociología católica mantuvo siempre la creencia en el derecho divino de los Estados para dominar a la sociedad y rechazó el contractualismo de Hobbes y Rousseau. Pero hace pocas semanas, hablando a los empresarios italianos, nuestro papa Panchito se volvió súbitamente hobbesiano y habló de la existencia de un pacto social. “El corazón de ese pacto social”, dijo, es el “pacto fiscal” que legitima el cobro de impuestos. Habría que preguntarle si en la Biblioteca Vaticana se guarda un ejemplar de los mentados contratos, que son aun más mitológicos que el ya obsoleto derecho divino. (O)