Al momento de escribir esta columna, el mundo se apresta a vivir la primera semifinal de la Copa del Mundo de fútbol 2022 en Qatar, entre las selecciones de Argentina y de Croacia.

Argentina es el único sobreviviente sudamericano, de la mano de su estrella Lionel Messi, quien ha venido de menos a más, sorteando obstáculos, sufrida, como siempre, alentada en los estadios y fuera de estos, como si jugara de local, por una hinchada multicultural de origen árabe, europeo, sudamericano, hindú, paquistaní o asiático, vestida de albiceleste, unida por la idolatría al eterno Diego Armando Maradona o al glorioso Lionel Messi.

Y es que el fenómeno de la selección argentina merece análisis desde muchos ángulos, pues, rebasa y por mucho, el ámbito deportivo.

¿Cómo explicar entonces que, en Bangladesh, por ejemplo, existan celebraciones masivas en las calles y plazas por el triunfo de la selección argentina en la Copa del Mundo?

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¿Cómo explicar que existan hordas de hinchas árabes o hindúes no solo alentando a la selección argentina, sino, además, intentando aprender sus cánticos en español?

¿Cómo explicar que en algunos países cuyas selecciones nacionales compiten en el Mundial de Qatar, la camiseta de la selección argentina se ha vendido más que la local?

Hoy, Argentina vuelve a soñar y su pueblo, por casi un mes, se ha olvidado de la inflación, de la pobreza y de la inseguridad.

Y si eso ocurre fuera de la Argentina, ¿se imagina por un momento, amigo lector, cómo se vive el Mundial de fútbol en la propia Argentina?

Porque cuando se escuchan las declaraciones de los jugadores de los equipos que ganan y van avanzando en el mundial, estos expresan su alegría con el equipo, con la hinchada que los apoya, con el país de manera general. Pero en el caso de los seleccionados de Argentina, el discurso es otro. El peso que ellos cargan es mayor que el de ningún otro equipo.

Ellos tienen la responsabilidad de llevarle alegría a un pueblo cargado de amargura, sin dinero, sin trabajo, relegado por los gobiernos y por los políticos. Ellos llevan la misión de darles alegría, aunque sea 90 minutos, aunque sea una tarde, aunque sea, un día. Como diría el genial cantante argentino Fito Páez, “... Y dale alegría alegría a mi corazón, es lo único que te pido al menos hoy, y dale alegría, alegría a mi corazón, afuera se irán la pena y el dolor...”.

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Son ya 36 años desde que Diego Armando Maradona se echó la selección argentina al hombro y en la máxima demostración de fútbol que ha existido en la historia de los mundiales, levantó la Copa del Mundo en México 1986, para darle la más grande alegría al corazón de los argentinos.

Hoy, Argentina vuelve a soñar y su pueblo, por casi un mes, se ha olvidado de la inflación, de la pobreza y de la inseguridad. Y se aferra a las coincidencias y a las cábalas; y le “rezan al Diego” para que ilumine a Lionel y a la escaloneta hacia la copa del mundo.

Hoy, con un Messi aplomado, maduro, líder, y como algunos comentan, cada vez más maradoniano, la selección argentina se apresta a realizar la hazaña.

Desde esta columna hacemos fuerza por ello. (O)