A raíz de la decisión del Gobierno de presentar la Subsecretaría de Diversidades y de iluminar, como gesto simbólico, el palacio de Carondelet con los colores de la bandera LGBTI+, coincidiendo con la celebración del Día Internacional del Orgullo de dicho movimiento, se generó una polémica, especialmente en las redes sociales, en la cual unos aplaudían lo que consideraban un hito histórico en el respeto a la diversidad, mientras que otros cuestionaban duramente la posición oficial, haciendo hincapié en el hecho de que algo así se podía esperar de otro gobernante, pero no de uno a quien se lo había calificado de severamente conservador y religioso.

Coincidentemente hace algunos días, The New York Times publicó un artículo en el cual se analizaba el cambio que ha tenido el presidente Biden respecto al asunto gay, recordando que hace algunos años llegó inclusive a votar en contra del reconocimiento federal de matrimonios del mismo sexo, para convertirse ahora en un férreo defensor de los derechos de la comunidad homosexual; el artículo sugiere que la posición del mandatario estadounidense va acorde con el pensamiento dominante especialmente en la población joven de los Estados Unidos, tesis que podría aportar lecturas adicionales. Pero más allá de esa reflexión, lo notorio en la discusión sobre temas tales como el matrimonio entre personas del mismo sexo, la despenalización del aborto en los casos de violación y otros de la misma esencia, es que a diferencia de la idea predominante en el sentido de que es la izquierda la que protege y respalda las llamadas causas socialmente progresistas, en la práctica, al menos en América Latina, está sucediendo precisamente lo contrario.

En esa línea, se comenta que la izquierda latinoamericana ha optado por un sui generis giro en temas tales como igualdad de géneros, derechos LGBTI+, medio ambiente, etcétera, citando como ejemplo reciente las declaraciones del virtual nuevo presidente peruano, quien constantemente apela a la moral para justificar su rechazo al matrimonio gay, a la legalización de la marihuana, a la eutanasia y a cualquier tipo de aborto por más que sea producto de una violación, aduciendo que ha sido criado “con las uñas cortadas y eso lo voy a trasladar a mi pueblo”. La realidad es que durante décadas, las agrupaciones de izquierda respaldaron “la ampliación de derechos y protecciones para las mujeres y las minorías, desafiando el statu quo en una región dominada durante mucho tiempo por el conservadurismo y la Iglesia católica”, sin embargo, es evidente que en los últimos tiempos ha optado por un repliegue de esas ideas progresistas.

Volviendo a la posición asumida por Guillermo Lasso, no hay duda de que su mensaje fue transgresor y desafiante, con mayor razón en un país en el cual varios temas siguen siendo vistos como tabúes sociales. Ya no es posible, por lo tanto, analizar la ideología de Lasso con la esencia conservadora de la cual supuestamente se nutría; quizás no les agrade a muchos ese cambio, pero es indudable que hay una evolución positiva en su pensamiento, a diferencia de otros que aferrados a dogmas y prejuicios prefieren vivir en el pasado. (O)