Irritabilidad y llanto excesivo, déficit de atención, piel seca y pérdida de pelo son algunas características que presentan los niños desnutridos. Que los adultos a cargo de su cuidado puedan reconocer esa condición es un factor de gran relevancia para darles tratamiento y evitar que se deteriore su salud y se complique su futuro, pues se verá afectado su coeficiente intelectual.

Ecuador es el segundo país en la región, después de Guatemala, con los peores índices de desnutrición crónica infantil. El 30 % de los menores de 2 años presenta esa condición. Las estrategias para enfrentar la problemática en los dos gobiernos anteriores no rindieron los resultados esperados; a eso se han sumado los efectos de la pandemia de COVID-19.

Si el cuerpo no recibe los nutrientes que necesita, se pueden desencadenar graves consecuencias. Para corregir este lastre, la Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, por sus siglas en inglés) recomienda dar acceso a atención médica oportuna, a la formación de madres y padres, al alimento terapéutico, fomentar la lactancia materna y procurar acceso a agua y saneamiento, pues se requiere de acciones multisectoriales.

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Según cálculos de Unicef, adicionalmente a lo ya asignado, en el país se necesitan unos 155 millones de dólares al año para combatir la desnutrición crónica infantil, que incluye invertir en salud pública, en servicios de desarrollo infantil del MIES, en una campaña educomunicacional y el piloto de una encuesta anual.

El representante de Unicef en el país señala que el esquema mínimo de vacunación en los niños menores de 2 años es fundamental, así como la asesoría familiar que dé el Gobierno respecto de la importancia de la lactancia materna, de condiciones salubres del agua y de la vivienda y en alimentación apropiada.

La desnutrición empieza desde la gestación, situación vinculada a los embarazos adolescentes, la alimentación de la madre y a falta de controles médicos regulares, factores que requieren también atención temprana. (O)