En una sociedad, cada uno de sus miembros desempeña un rol y como resultado conjunto se obtienen esas características que la diferencian de otras sociedades. ¿Somos muy diferentes los ecuatorianos del resto de latinoamericanos? En el país, ¿somos muy diferentes entre regiones, ciudades, barrios, gremios, agrupaciones políticas?

Tal vez son más las similitudes que las diferencias. Sin embargo, el ser humano –que es social por naturaleza– busca tomar distancia de los otros. Al alejarse, se desvincula, y eso debilita la cohesión social tan necesaria para progresar en conjunto, como comunidad, como país, como región, como humanidad.

El Ecuador podría estar en un punto de inflexión –ese momento cuando la función cambia de tendencia– respecto a cómo se han venido dando las cosas y lo que podemos lograr si se corrigen algunas prácticas dañinas, como la corrupción, la ineficiencia, la tramitología, los vicios jurídicos, el narcotráfico, etcétera.

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Para obtener resultados en esa vía no solo hace falta un diagnóstico adecuado de las problemáticas y de un liderazgo lúcido; también es necesario que haya un despertar de conciencia social.

Se requiere que las personas ubicadas en puestos de toma de decisiones, de elaboración de políticas públicas, de aprobación de proyectos, y todos a quienes concierne influir en el bienestar de los grupos humanos tengan un destello de lucidez para analizar cuánto bien pueden hacer tomando decisiones correctas, ejecutando presupuestos con responsabilidad, evitando que se despilfarren recursos o se cometan injusticias, que se cause daño a las personas por acción u omisión.

La Asamblea Nacional, donde están representados los ecuatorianos para procurar el bienestar del pueblo, es una muestra de desperdicio de oportunidades y con ello de recursos. A ratos no se puede distinguir si algunas actuaciones obedecen al desconocimiento, a la falta de comprensión o al juego de intereses. Ese ejemplo es extensivo a otros ámbitos en los que se haría mucho bien solo con ser eficientes. (O)