Millones de ecuatorianos se despertaron ayer con la gratísima noticia de que Richard Carapaz se alzó con la medalla de oro en ciclismo en ruta, en las Olimpiadas de Tokio 2020. Su triunfo le confiere al país una alegría inmensa. Miles de seguidores de Richard se amanecieron para ver la transmisión de la carrera y pasadas las 03:00, hora de Ecuador, hicieron suya la emoción del triunfo.

En el podio, entre un belga y un esloveno, la Locomotora del Carchi, detrás la mascarilla, con los ojos expresaba la emoción que sentía al acariciar su medalla de oro olímpica. En lo alto flameaba la bandera tricolor al tiempo que se escuchaban las notas de nuestro himno. Instante de gloria, emotivo, conmovedor, histórico.

Es la segunda medalla de oro olímpica para Ecuador. La primera la ganó Jefferson Pérez, en marcha, en Atlanta 1996.

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En sus primeras declaraciones tras alcanzar la meta, Carapaz, dijo: “Hay que creer; he trabajado mucho para llegar aquí. Estoy disfrutando, es algo grande para mí… gracias por el apoyo a quienes verdaderamente me dieron la mano”. En una entrevista posterior refirió: “He sido un deportista que salió casi sin el apoyo del país, el país nunca creyó en mí…”.

Cuando dijo país, se refería a las autoridades deportivas que no fueron capaces de ver su potencial. No habría mejor oportunidad que la del triunfo de deportistas esforzados –doblemente vencedores, ante condiciones adversas y de carencias, que conquistan metas para sí y para todo un pueblo ávido de triunfos– para insistir en la necesidad de que se revise cómo están funcionando los programas de alto rendimiento y su cobertura.

El país también es la gente que se alegra con los triunfos de sus deportistas, siguen su trayectoria y los valora por ser referentes motivadores.

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Richard Carapaz y Jefferson Pérez son vistos por los ecuatorianos como ejemplos de valor, de que los sueños pueden conquistarse si se trabaja con perseverancia y con convicción férrea. Cientos de deportistas siguen su estela. (O)