Desde hace un tiempo, a través de las redes sociales, se han difundido videos, grabados en varias localidades del Ecuador, que exhiben expresiones inusuales, insolentes, en torno a rituales asociados a sepelios de personas que han muerto en circunstancias violentas o atribuidas a ajuste de cuentas entre bandas.

Lo peligroso de que no se ponga un alto a estas manifestaciones es que van siendo asimiladas por la población como una nueva modalidad que les toca aceptar en el afianzamiento de una cultura violenta y aberrante.

Cultura que muchos no perciben como nociva sino, por el contrario, como una opción de vida, y que se evidencia en los comportamientos que van adquiriendo personas que participan abiertamente de situaciones asociadas al crimen.

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Desde el policía que había sido trasladado de la unidad de antinarcóticos a otro destacamento y que, tras ser interceptado y acribillado en su auto, se le encontró una importante suma de dinero en efectivo; o las cuatro acompañantes diurnas y nocturnas de capos, que permanecieron en un centro de privación de libertad burlando los controles de ingreso y que, al inspeccionar los militares el carro en el que se transportaban, encontraron otra importante suma de dinero; hasta los funcionarios que administran esos centros y que parecen estar del lado equivocado…

Esos actos van dejando la impresión, en el imaginario colectivo, de lo difícil que resulta imponer el orden sobre los antisociales y, más aún, mantenerlo.

El suceso más reciente, que parece salido de un seriado narco, ocurrió en Portoviejo. Durante un velorio, sujetos forcejearon para extraer un cadáver del ataúd y lo pasearon en una motocicleta por un sector de la capital manabita.

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En ocasiones anteriores han circulado grabaciones de rituales fúnebres en medio de balaceras, de procesiones motorizadas tras el ataúd y de otras manifestaciones aberrantes que no debería permitirse que se repliquen, pues atentan contra la lógica y la moral de las personas. (O)