Las obras de arte sacra elaboradas por los indígenas paraguayos en las reducciones jesuíticas en los siglos XVII y XVIII han salido de décadas de olvido con el fomento de pequeños museos que dan testimonio de su ingenio, su espiritualidad y su cosmología.

Las piezas se exhiben en edificios reconstruidos o restaurados de lo que otrora fueran los asentamientos para guaraníes fundados por los jesuitas en el sur de Paraguay.

Colectivamente constituyen la mejor colección escultórica que pervive de las misiones, establecidas también en Brasil y Argentina para evangelizar a los aborígenes.

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A simple vista, las tallas de madera policromada de vírgenes, cristos y santos pueden parecer un calco de la iconografía europea, pero en realidad son interpretaciones pasadas por el tamiz de la visión espiritual de los guaraníes.

Así, en pleno barroco, con su explosión de pliegues, contorsiones y expresividad, las figuras que salieron de sus manos son hieráticas y metódicamente simétricas, en un estilo que recuerda al románico.

“La simetría es Dios para los guaraníes”, porque es lo que existe en la naturaleza, explicó a Efe Luis Lataza, profesor de historia del arte.

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La solemnidad de las figuras no es falta de pericia del escultor, sino su intención de “poner orden” de acuerdo con la cosmología guaraní, dijo Lataza, que dirigió la mejora de los cuatro museos en donde se conservan. En cambio, los guaraníes acogieron el color con fruición, ya que lo usaban como elemento simbólico: el amarillo por el sol, el rojo por la sangre, el verde por la naturaleza.

Además de San Ignacio Guazú y Santa María de Fe, los otros museos están en Santiago Apóstol y Santa Rosa, donde está la única pintura mural de las misiones, en la capilla de Loreto. De la iglesia original en esa localidad solo ha sobrevivido un retablo lateral y los restos de un campanario.