Peleas de gallos, corridas de toros, teatro, bailes y paseos eran actividades de entretenimiento que realizaban los guayaquileños en la época colonial y después de que la ciudad se libró de la corona española.

En el siglo XVIII, la afición por las corridas de toros congregaba a decenas de personas en espacios como el actual parque Seminario, refirió el historiador Parsival Castro. En el predio, explicó, se colocaban tablazones para esta práctica, que muchas veces resultaban mortales. Esta era una de las tradiciones que trajeron los españoles y se impregnaron en la cultura de los guayaquileños.

La pelea de gallos, derivada de la cultura montuvia, también apasionaba a muchos ciudadanos en el siglo XIX. Castro explicó que la actual calle General Córdova era conocida como calle de la Gallera, por la ubicación de un espacio para el desarrollo de esta actividad.

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Los actos solemnes también alegraban a los porteños. “Había una celebración para las fiestas de julio, que eran cuando en la Plaza Mayor, que es frente a la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, sacaban el estandarte real para que todos hagan los votos de fidelidad al rey. Lo interesante era como la gente se vestía con vistosos colores, y mucha algarabía”, explicó Parsival Castro.

El teatro era otra de las actividades de entretenimiento que llegaron con los españoles, según reseñas del extinto cronista Modesto Chávez Franco. En festividades como la coronación del rey, nacimiento de un heredero, triunfo en conflictos o como parte de actividades religiosas, se desarrollaban pequeñas obras. Para celebrar el 25 de julio, en la época colonial, se representaban momentos de la vida de Santiago Mayor, patrono de Guayaquil, también dramatización de los combates contra los indios y el ataque de piratas a la ciudad.

Para el siglo XIX, en el portal del domicilio de Polo Chavarría se edificó el primer espacio teatral en la ciudad, a propósito de la llegada de una compañía teatral cubana, en 1812. Ya con Guayaquil sin lazos españoles, a mediados del siglo XIX, los porteños asistían al teatro Olmedo, para presenciar actos de danza, teatro y música.

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Viajeros reseñaron su paso por Guayaquil en el siglo XIX, y la forma en que los citadinos realizaban sus fiestas con sonidos montuvios y derivaciones europeas, como el polka. El estadounidense Adrian R. Terry, en su publicación Viajes por la región ecuatorial de América del Sur, en 1832, detalló haber presenciado bailes vernáculos, a los que catalogó como “muy divertidos”.

Explicó que en estas celebraciones se realizaban en salas, aunque a veces al aire libre, donde los participantes formaban un círculo, acompañados por el son de un violín y una guitarra. Dos o más mujeres acompañaban la música cantando en voz alta o chillona, y marcaban el tiempo golpeando puertas o mesas con las manos o palos. Describió que mientras más ruido había, mayor era el movimiento de los danzantes.

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“Un mozo y su acompañante salen entonces del círculo y empiezan a moverse lentamente, el uno atrás del otro, avanzando y retrocediendo, cruzando y bordeando el círculo; la imagen que se busca dar es la de un cortejo en pantomima. Cuando la música ha alcanzado su clímax, como si estuviera presta a un gran final, cada parte empieza a describir un semicírculo con un paso rápido y en estampida, acabando con dos o tres golpes del pie en el suelo”, detalló Terry en 1832.

Terry explicó que estas actividades duraban horas. “Los espectadores parecen tener mucho deleite y aplauden la destreza de los bailarines”, publicó. Y agregó que la noche de cada sábado o a veces de otros días de la semana había reuniones en alguna casa conocida en barrios. “Música, conversación y baile son las actividades de la noche”, refirió.

El Malecón también era un sitio de distracción para la juventud. El teniente de navío Frederik Walpole, de la Real Marina Británica, detalló en su visita a Guayaquil en 1845, que las diez de la noche era la hora para los paseos o caminatas, sobre todo de los jóvenes.

“...El baile, la música, el mecerse en una hamaca y comer dulces conforman la vida del hermoso ambiente juvenil guayaquileño...”, resaltó el extranjero en una publicación.

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Ya para el siglo XX, las quermeses dominicales tuvieron gran acogida entre los porteños. Durante horas, decenas de danzantes acudían a sitios como el American Park, el salón Fortich, Club de Trabajadores del Guayas, y otros, en los que se presentaban orquestas. (I)