Muñecos de poco más de un metro decorados con papel cometa de colores llenan el local de Fabián Astudillo, ubicado en la av. Quito.

Estas son piñatas bajo pedido que el artista ha recibido en los últimos días y, a propósito de las fiestas de Guayaquil, la creatividad fluyó en Astudillo y el personaje icónico de Juan Pueblo aterrizó hasta su taller.

José Medina León, el restaurador de imágenes del mercado Cuatro Manzanas

Él es un piñatero desde hace 28 años. Empezó a los 17 con pequeños muñecos que hacía de forma empírica y por curiosidad.

Publicidad

Su familia, aunque estaba en el negocio en Las Acacias, en el sur de Guayaquil, quería que se dedique a estudiar. Su padre y abuelo tenían un taller en donde vendían las piñatas tradicionales y las ollas de barro.

Primero empezó con las ollas encantadas a las que se les adicionaba nada más que papel cometa de colores y algunos pedazos de cartulina. En fiestas de Guayaquil (sean las de julio u octubre) su familia vendía hasta 200 ollas para las fiestas de barrio.

Con las tijeras, Astudillo da forma a los muñecos que usan en los festejos. Foto: Ronald Cedeño

Poco a poco, cuenta Astudillo, se fue extinguiendo la tradición de romper las ollas de barro con un palo durante los festejos en las comunidades barriales. Se pasó de estos artículos de barro al cartón endurecido con pegamento y papel.

Publicidad

La evolución para el oficio del piñatero fue dura. Al salir de la sencillez de las ollas, pasó a la exigencia de lo personalizado.

A Fabián le gustaba dibujar desde muy pequeño y esa habilidad le sirvió para, años después, realizar los moldes y bocetos de las piñatas que iba a armar.

Publicidad

A mano alzada toma un carboncillo y dibuja sobre el cartón los moldes de personajes animados y formas variadas que le solicitan. Luego con una tijera les da la forma deseada.

El artesano dice que, rara vez, repite algún proceso ya que la práctica le ha otorgado precisión.

“Hace 20 años no había internet. Yo con mi imaginación lo he hecho todo. Yo siempre he elaborado las piñatas con materiales como periódico, cartulina, almidón, tijeras y con mis manos, que son las que me dan vida a los trabajos”, dice el artista.

Algunos trabajos le representan unas dos o cuatro horas de trabajo, entre dibujar, recortar y colocar los diminutos pedazos de papel cometa sobre el molde endurecido.

Publicidad

Otros pedidos, en cambio, pueden demorar hasta tres días ya que la etapa de secado depende de lo soleado del día.

“No hay trabajo difícil, para mí no todavía. No tengo temor de tomar un trabajo porque ahí uno se las ingenia y siempre, siempre se sale y con un trabajo de calidad”, cuenta.

A lo largo del año no existen meses específicos en los que tenga más o menos trabajo.

Fabián dice que goza de una “carpeta llena” todo el año, lo que le permite sostener a su familia y darle todo en educación a sus tres hijos. Su esposa lo ayuda durante las tardes en el negocio.

Los pedidos de piñatas personalizadas los recibe todas las semanas. Foto: Ronald Cedeño

“Ahora se va retomando el tema de más piñatas, ya no son solo los adultos que quieren ollas encantadas o piñatas, ahora son los jóvenes que quizá sin pensarlo mantienen esta tradición”, relata.

A lo largo de sus 28 años de trabajo ha elaborado desde personajes como Hello Kitty y animales de La Granja de Zenón hasta la cabeza o cuerpo completo del icónico personaje de Guayaquil Juan Pueblo.

En su taller se ofrecen los modelos personalizados desde $ 15 hasta $ 35, que incluso han llegado hasta Estados Unidos.

Astudillo les envía un especie de tutorial para que los clientes lleven desarmada la piñata en las maletas y la engranen poco antes de las fiestas.

“Me han pedido la bandera de Guayaquil, el cóndor y a Juan Pueblo, que siempre sale en las fiestas julianas y octubrinas”, cuenta.

El artesano tiene 43 años y aún no ve cercano dejar su oficio.

‘No debe morir el arte de las marionetas’, dice Jorge Luis Pérez, el artista guayaquileño que lleva más de 30 años con su teatrino y muñecos

“Soy orgullosamente guayaquileño, artista guayaquileño y que se ve haciendo piñatas y también enseñando hasta que Dios me dé vida”, afirma.

Uno de sus grandes deseos es llevar su conocimiento y experiencia hacia futuras generaciones para evitar que el oficio se extinga.

“Quiero que esto siga, al menos aquí en Guayaquil, que haya más personas que se interesen en este noble oficio que alegra y da color a los festejos de toda edad”. (I)