Al abrir la puerta de su hogar, en un sector del centro de Guayaquil, Wisam Fred Juez Juez recibe a sus visitantes con un saludo fraterno y permite el acceso a través de una escalera de mármol, en cuya base hay una alfombra con una leyenda implantada en el piso. Ahí dice, en árabe, “Ahla u sahla”, que se traduce en ‘Bienvenidos’.

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Para llegar a la vivienda, que comparte con su familia, hay que subir una veintena de escalones. Se llega a un comedor, con dos amplias salas que cobijan muebles antiguos, decoraciones con formas de alcántaras y una lámpara de aceite, cuadros de sus familiares, incluyendo algunos bordados por su madre, Ghada.

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Wisam, de 51 años, es un licenciado en Comercio Exterior que se dedica a la gerencia de un negocio familiar sobre distribución de alimentos de consumo masivo. En esta época de festividades, aunque tienes raíces extranjeras, Wisam se declara un enamorado de Guayaquil por distintos factores, como la comida, su gente, comida criolla y los espacios naturales.

Mientras se presenta, su esposa, la guayaquileña Mercedes Espinoza, inicia silenciosamente la traída de algunos aperitivos árabes hechos: kippes, empanadas y dulces de mamul, y también sánduches regulares de queso y una bebida de agua de rosas para compartir con los visitantes. Todos esos bocados llenan una mesa de centro.

“Siempre se acostumbra a ofrecer para hacerlo sentir como bienvenido, como parte de la familia. En Líbano, mi papá siempre me contaba que, si alguien le toca la puerta, lo hace pasar, le dan de comer y después le pregunta ‘¿Quién eres?’, lo haces sentir cómodo y confortable”, remarca Wisam, quien habla un perfecto español y también árabe.

En la década de los 60, Hammoud Juez Nacer, padre de Wisam, llegó a Ecuador con la misión de buscar oportunidades. Se dedicó a su oficio de técnico en radiotecnología. Entre sus labores, trabajó en la empresa Philips.

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Le fue bien laboralmente y regresó a Líbano para casarse con su esposa, Ghada, con quien guardaba una relación de prima hermana. Ambos volvieron a Ecuador en los años 70 y tuvieron tres hijos, uno de esos Wisam.

“Cuando él (Hammoud) llegó a Ecuador, vio que había muchas oportunidades de empleo y negocio. Los árabes de por sí tienen eso en la sangre, de ser emprendedores. Cuando regresó de Líbano (a Ecuador), se puso con mi mamá y el hermano de él un negocio de ventas de televisores betamax, VHS, equipos de sonidos, y también puso un taller”, relató Wisam.

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Además, en el país, su padre, que falleció hace 20 años, se volvió instructor de una línea de cursos Dale Carnegie, autor de famosos libros, entre esos Cómo ganar amigos e influir sobre las personas. Dio múltiples cursos en entidades y colegios de motivación personal y además hizo muchos amigos.

Relación de niñez con cultura local

Desde su niñez, en su vivienda se daba una convivencia normal, como en todo hogar, aunque era como una especie de embajada, donde todos sus familiares compartían la lengua árabe, y el español surgía cuando llegaban visitas, que siempre eran recibidas con “abundancia” de comida.

Conforme se dio su crecimiento, en las salidas se percató de que ciertas palabras eran de otro idioma y se comenzó a dar cuenta de la diferencia entre ambas lenguas.

“Siempre hablé desde pequeño árabe, pero uno no se da cuenta y ya sabes hablarlo, por supuesto que no al 100 %. A escribir y leer aprendí cuando mi mamá nos empezó a dar clases a los 12 años con una paisana árabe en Urdesa; ahí aprendí bastante el abecedario árabe, pero aún me considero analfabeto porque me falta mucho por aprender”, contó.

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En ese crecimiento, en su hogar, él contó que recibió preceptos de la cultura y la religión de sus padres, que eran drusos, aunque conforme se asentaron en el país acogieron la religión católica bajo la guianza de los hermanos de La Salle, donde se graduó del colegio en 1993, y luego hizo estudios en la Universidad Laica.

Wisam Juez expone un cuadro de su familia. Foto: Ronald Cedeño

En esa época de pequeño, regularmente, su madre solía compartir comida árabe, como el hummus, kippe, empanadas o dulces, kafta, y también con su toque de gastronomía local, como el típico arroz con menestra y carne.

“La gente adoraba venir a casa; había montón de gente y deleitándose con la comida árabe. Mucha gente venía a deleitarse y a visitar a mis padres. Gracias a Dios, mi mujer ha aprendido a hacer algunos platos y los hace muy ricos. Yo amo la comida de los guayaquileños, ecuatoriana, pero también amo la libanesa”, comentó.

Aunque su padre le remarcaba que por temas culturales debía casarse en Líbano con una mujer, Wisam encontró en Ecuador al amor de su vida: Mercedes Espinoza Feijoo. Ella se ganó el cariño del padre de Wisam.

“Me dijo: ‘En todo Líbano no vas a encontrar una mujer mejor que Mercedes’, o te casas con ella o te obligo a casarte. Contaba con su bendición sin habérselo pedido. Para mí es importante, porque un matrimonio comienza con la bendición de sus padres”, recordó.

Con ella, Wisam tuvo tres hijos: Samia (21), Wizan Hammoud (19) y Farid (14). En el mismo predio, ellos conviven con la madre de Wisam.

Actualmente, en su vivienda, Wisam mantiene costumbres árabes, entre esas la de siempre mantenerse cercanos con la familia, respeto entre sus pares y además reuniones continuas con sus allegados.

Además, de vez en cuando gusta de fumar la pipa árabe, como una manera se sentirse cerca de primos y tíos que viven en Líbano, y en ocasiones gusta de jugar 400 con naipes árabes con amigos.

De la época de antaño, Wisam, quien comparte el liderazgo con su mujer en grupos de boy scouts, recuerda que le gustaba que el guayaco se caracterizaba por ser orgulloso de su cultura y de la ciudad.

“Defiende con honor y coraje su ciudad. Ahora hay mucha mezcla de mucha gente que viene de otras provincias y ya no se siente un verdadero guayaquileñismo. El verdadero guayaquileño no te botaba basura en la calle: era un caballero, te enseñaban a ceder el asiento o abrir la puerta a las damas...”, recordó con añoranza.

Sobre la urbe, él resaltó lo directo de la personalidad de los guayaquileños para decir las cosas a sus pares. Y en cuanto a la comida, tiene una afición por diversas especialidades, como el encebollado, además de bolones, guatita, llapingacho y fritada. Por su afición por el caldo de pescado, incluso, en alguna época, este guayaquileño emprendió un negocio del apetecido plato.

En el hogar de Wisam suelen compartir bocados árabes. Foto: Ronald Cedeño

Como sitios predilectos, él expone diversas opciones, como el malecón Simón Bolívar, del que resalta su regeneración en anteriores administraciones, además de zonas verdes, como parque Samanes, Cerro Blanco, cerros de Paraíso y Bellavista, así como el atractivo turístico de espacios como el antiguo MAAC y la rueda La Perla.

“Amo Guayaquil, amo primero sus colores, celeste y blanco: es una luz, es cielo. Me encantan las áreas grandes que tiene Guayaquil, áreas verdes, lugares bonitos donde puedes disfrutar. Hay restaurantes emblemáticos, como Parrilla del Ñato”, indicó.

En el futuro, él aspira a que el Municipio pueda implementar un plan para rescatar y reactivar el casco comercial de Guayaquil, principalmente el bulevar de la 9 de Octubre, mejoras en seguridad, y además que los juegos instalados en los exteriores de la rueda La Perla se puedan replicar en otras zonas de la urbe para motivar la diversión y sano esparcimiento de grupos familiares, tanto de niños como de adultos.

“Quisiera que se reviva eso, como en la calle Panamá. Sería bonito que se lo haga en el bulevar”, remarcó.

En sus ratos libres, este guayaquileño gusta de salir a comer comida criolla en zonas céntricas, como en Ciro’s y en picantería Don Germán, y además salir en excursiones con su familia en sitios turísticos de Ecuador.

Con ellos han ido al Cajas, Pailón del Diablo, laguna de Busa y Cuenca. En las fiestas de la urbe, gusta de acudir a admirar los desfiles cívicos que se realizan en calles principales del centro.

Con la comunidad libanesa se mantiene en contacto por medio de redes sociales y se reúnen en eventos o fiestas especiales.

Actualmente, Wisam mantiene la comunicación con familiares de Líbano, hermanos de su madre y padre. Él, a sus 15 años, viajó por única vez a Líbano y permaneció durante 45 días. Desde ahí no ha vuelto. “Mi papá hizo un gasto grande para que vaya con mis hermanos; no quería que perdamos la cultura”, recordó. (I)