Seguramente los dos primeros actos conscientes de mi vida después de levantarme son encender la computadora y, a falta de mayordomo, bajar del noveno piso a planta baja a recoger los diarios; dos, La Nación y Olé. Ya en el ascensor, mientras subo, leo los titulares. Luego de entrar en comunión con la noticia, recién allí, comienzo formalmente el día. No acudo a la televisión ni a la radio: al diario.