Nunca antes habíamos visto tan de cerca el fallecimiento de personas cercanas como ha ocurrido durante la pandemtia, y más en los últimos días, cuando no solo el COVID-19 nos hace vivir esta experiencia. Seguimos en un periodo de muertes constantes y es casi cotidiano enterarnos de la desaparición de seres queridos y entre ellos tres ilustres deportistas que dedicaron buena parte de su vida al béisbol. Lamento mucho no haber podido estar presente en sus despedidas, como habría deseado. Ahora solo queda recordar su pasado glorioso.

Quizás no tengamos la certeza para establecer una lista completa de quienes pagaron tributo a la vida y se fueron casi en silencio, de modo que queremos dedicarles unas cuantas líneas como una tibia señal de una despedida honrosa. Empiezo por mencionar a Leonard (Len) Bohrer Rosenthal, ciudadano estadounidense, nacido el 6 de marzo de 1928. Hijo de Harrison y Gertrude, que vinieron a Guayaquil desde Filadelfia en 1956. Personaje carismático y auténtico en su forma de ser se dedicó a la actividad privada en el campo y en el área de las maquinarias agrícolas, pero la combinaba con la pelota chica en la que llegó a ser mánager de Emelec. Con la novena eléctrica, Bohrer quedó campeón varias veces. Cuando el conjunto azul no intervino en el torneo de 1967 por alguna razón dirigió a LDE. Se casó con María Pons Valenzuela y procrearon seis hijos, entre ellos Leonardo Bohrer, quien fue presidente de Barcelona. Algunos de sus nietos juegan béisbol, entre ellos Christopher Bohrer integrante de selecciones nacionales, entre ellas la que ganó el certamen Panamericano de Pequeñas Ligas, en Puerto Rico 2013. Ahora estudia y juega en la Florida.

Del barrio del Astillero

También se fue Marcos Avilés, uno de los mejores receptores ecuatorianos. Sus inicios, como la mayoría de los niños del barrio del Astillero, fueron en las calles; en su caso, en Brasil y Chimborazo. Su primera intervención formal fue con el equipo llamado Londres y luego con Tropical, que participaba en el famoso torneo National Baseball Congress. Pasó al Club Andes, del mismo barrio, y subió al equipo de segunda categoría llamado Piratas. En 1945 fue promovido al Reed Club, donde pronto se ganó la titularidad por su buen manejo con la mascota, su excelente brazo y su fuerte bateo. Fue parte del conjunto que tuvo hegemonía desde 1946 hasta la década del 60, lapso en el que ganaron doce títulos. Con la muerte de John Mark Reed el equipo perdió a su auspiciante principal y no intervino en el 1958. En 1959 Avilés fue llamado por Oriente con el que quedó otra vez campeón alternando en varias posiciones, porque el titular de la receptoría era Pedro Jiménez.

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En 1960 volvió a participar Reed Club, liderado por Vicente Maldonado, y fueron monarcas por última vez. Así y se despidieron de los diamantes Reed Club y Marcos Avilés.

Después de retirarse como pelotero Avilés decidió seguir ligado al béisbol en la función de árbitro y estuvo en muchas finales, hasta 1990. Es decir, fueron 30 años en esa tarea. Falleció en días pasados a la edad de 96 años, rodeado del cariño de sus siete hijas que siempre lo cuidaron y amaron.

Otro pelotero barrial

También se marchó Carlos Mincho Sorroza Santisteban, fue buen futbolista y estupendo pelotero del barrio Orellana, de donde surgió una generación de extraordinarios beisbolistas como Eloy Guerrero, Antulo Vera, los hermanos Fernando y José Freire, Guido y Edwin Fernández, Eduardo Célleri, Lenin Salmon, Atahualpa Calderón y otros. Defendió los colores de LDE, club con el que fue campeón en 1958 junto con Julio Delgado y Antulo Vera, que fueron sus lanzadores; Trottman el receptor, José María Tucho Guerrero en la inicial, Roberto Tomassi en la segunda, Mincho Sorroza en la tercera base y Eloy Guerrero en el campo corto. Los jardines los patrullaban Carlos Turner, Manuel León y alternaban en esas posiciones Francisco Falquez, Atahualpa Calderón y Carlos Raúl Gimeno.

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Son personajes que se fueron sin que el deporte, los dirigentes y fanáticos que tanto los aplaudieron les pudieran decir adiós –como lo hacemos mediante esta columna–. Gracias por tanto derroche de esfuerzo, calidad, dedicación. Por todo lo que hicieron vibrar al público en las gradas del Reed Park, del George Capwell y del Yeyo Úraga en su época de madera y luego con la estructura de hormigón. Están en la historia del béisbol porteño. (O)