Es en jornadas como la del lunes de la Eurocopa cuando se evidencia por qué el fútbol es el espectáculo más grande del mundo. Por qué ocupa el sitial más alto del universo deportivo. Ninguna otra manifestación atlética puede alcanzar -ni de cerca- el grado de belleza, tensión, dramatismo, épica y asombro de este juego cuando dos equipos se desatan, liberan los códigos culturales y barriales, y empiezan a cambiar golpe por golpe. Cuando los dos están investidos de confianza y convencidos de sus virtudes, de poder ganar al de enfrente, se llame como se llame.

Eso sentimos durante el España 5 - Croacia 3 y con el Suiza 3 - Francia 3, luego ganado por penales 5 a 4 por los helvéticos. Los dos en tiempo suplementario, con emociones volcánicas y vuelcos impensados en el marcador. Catorce goles entre ambos partidos, decenas de situaciones de riesgo ante los arcos, jugadas espectaculares y una vibración e intensidad fantásticas. Los hinchas en las tribunas pasaban de la angustia al júbilo y viceversa. Sólo narrar los 4 minutos y 3 segundos que mediaron entre el minuto 54′05″ al 58′08 esbozan una idea de lo que hablamos…

Ganaba Suiza 1 a 0 gracias a un imponente gol de cabeza de Haris Seferovic, el mismo Seferovic que le amargó la vida a Ecuador en el Mundial 2014, cuando le anotó el 2-1 en el minuto 93 y lo dejó con las manos vacías. En ese instante -el 54′05″- hubo penal que pudo decretar el 2-0, pero Hugo Lloris se lo paró en gran forma a Ricardo Rodríguez, lateral suizo hijo de chilenos. Tal incidencia le dio una inyección anímica a Francia, que pasó de la pesadumbre a la ilusión y se fue al ataque con toda la infantería. En un minuto y 43 segundos cayeron dos goles de Karim Benzema y lo que era un mar de llanto se transformó en euforia sin límites. ¡Vive la France…! El grito estalló en Bucarest y retumbó en el mundo. Un cuarto de hora más tarde Paul Pogba clavó una obra de arte en el ángulo superior izquierdo del arquero Sommer (arquerazo); 3-1 y parecía sellado el pasaporte de Francia a los cuartos de final. Pero la sangre balcánica de Suiza no lo creía así. A los 81′, otra vez Seferovic con un cabezazo espectacular (tiene un oportunismo notable para aparecer en el área, anticipar a los marcadores y además salta bien e impacta mejor) puso la chapa 2-3. Y a los 90′ Gavranovic se mandó un jugadón en el área y estampó el 3-3. Infartante, hermoso, de cine. Fueron al alargue, a los penales y allí Suiza ganó 5-4 porque Mbappé falló el último disparo de la serie. Se lo tapó Sommer. No lo condenamos por el fallo, todos los jugadores han tenido amarguras desde los doce pasos, Maradona erró cinco seguidos jugando en Boca. Pero se despidió de la peor manera Mbappé: copa ácida para él, no anduvo bien, tomó malas decisiones durante los partidos, no convirtió ningún gol y el penal lo condenó más.

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Antes de esa inolvidable batalla en Rumania ya veníamos excitados de la sensacional goleada de España a Croacia por 5 a 3. Una España denostada por sus hinchas y castigada por su prensa, con dos focos bien apuntados: el técnico Luis Enrique y, según todos, el no goleador Morata. Pero La Roja dio una exhibición de fútbol con un Pedri genial (nuevitos 18 años) y un Morata colosal. Estaba arriba España 3-1 cuando, en un rapto de rebeldía y arrojo ofensivo, la selección de Luka Modric descontó a los 85′ y empató a los 92′, obligando al tiempo extra. Allí Morata quebró el partido con el gol de su vida: bajó un centro de zurda en gran estilo, dejó picar y con la misma pierna fusiló arriba. Lo que siguió fue un festival de flamenco, un zapateo andaluz. Los hinchas que habían llevado pancartas contra Morata debieron romperlas y los fustigadores de Luis Enrique disculparse. “España no juega a nada, Luis Enrique no transmite nada”, gritaban en los programas de TV. Se dio vuelta todo. Es la maravilla de este juego imprevisible que atrapa a miles de millones por igual.

Que nunca se termine esta Eurocopa”, pide Leandro, un boquense pegado al televisor todo este mes que va de junio a julio. Su euforia la compartimos todos. ¡Qué hermosa Eurocopa…! Se ve un fútbol vivaz, ofensivo, intenso, audaz, la audacia del bosnio Vladimir Petkovic, técnico de Suiza, para mandar la tropa al frente pese al impresionante poderío francés. Porque para alcanzar la gloria hay que intentarlo. Premio para él y castigo para el avaro Didier Deschamps, que teniendo un potencial de fábula se pasó toda la Eurocopa con la calculadora en el bolsillo, midiendo cada metro, cada avance. Francia no tuvo una pizca de generosidad y está bien que lo despacharan.

Y en la siguiente jornada vimos a una Inglaterra compacta voltear a Alemania, que termina un ciclo. Gran clásico, aunque una rivalidad nacida más de las guerras mundiales que del deporte. El fútbol simplemente prolongó la animosidad. Y aunque tenemos a los alemanes como más ganadores, Inglaterra no se le achica: lo aventaja en el historial por 14 victorias a 13. Y una fue la final del mundo en 1966. Otra vez vimos un gran Harry Kane, fantástico goleador, pero también armador de juego por inteligencia y ductilidad.

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Frente a tan relumbrante panorama, nuestra Copa América quedó empequeñecida, con pocos goles y espectáculos de inferior jerarquía. El domingo publicamos un artículo bajo el título “Sudamérica, uno o dos escalones atrás de Europa”. Un seguidor en Twitter replicó: “Uno o dos escalones no, una o dos escaleras completas”. Lo que venimos sosteniendo hace tiempo se confirmó amargamente al disputarse ambos torneos en paralelo. La comprobación es abrumadora. Aquí vemos partidos chatos, campos malos, pocos goles, casi sin figuras, apenas Messi, que está brillando, y algo de Neymar. Y encima sin la pasión que puede aportar el hincha.

Conmebol, es hora de dejar de pensar en los negocios y abocarse al desarrollo del fútbol. Estamos en la B. (O)