La avalancha de goles registrados durante la semana en la Liga de Campeones de Europa, además de festejarse, impacta: fueron 71 en 18 cotejos, lo que da una media de 3,94 por juego. Altísima, por cierto. Muchos periodistas quedaron ciertamente amargados: “Tantos goles desnaturalizan el juego”. Pobres, es comprensible, vivieron un mal momento. Añoran los 60, 70, 80, los años dorados del 0 a 0, cuando los equipos salían de visita con la exclusiva consigna de cuidar su arco.
La semana de Champions ha sido un feliz e incesante griterío. Hubo partidos de 7-2, 6-2, 6-1, 5-1, 4-2, 4-0, 3-1… Pero tanta abundancia de red no sorprende del todo: el gol viene en alza en el mundo. Y lleva a la pregunta: ¿por qué tantos…? El fútbol tiene actualmente un grado de dificultad enorme, como nunca se vio. Hay más velocidad, más marcas (y más cercanas), menos espacios, mucha presión e intensidad, menos tiempo para pensar; los equipos disponen de copiosa información sobre el adversario, lo que sirve para contrarrestarlo; las tácticas defensivas han mejorado; los arqueros son muy superiores a los de antaño simplemente por evolución del puesto.
Parece un contrasentido: a mayores obstáculos, más se convierte. Lo vimos también en el Mundial de Clubes. ¿La razón…? Hay diversas. La principal es que se juega a ganar, no a no perder. Antiguamente se disputaba una final y los dos contendientes salían a cuidar el cero; y, si hacían un gol, lo cuidaban el triple. En la última definición de la Champions, Paris Saint-Germain goleó por 5 a 0 al Inter de Milán. En la final del mundo, Argentina y Francia empataron 3 a 3, que pudo ser 5 a 5. Algo impensado.
El cambio comenzó por lo reglamentario, tras el Mundial de Italia 90. La FIFA, horrorizada por el fútbol violento, defensivo y mañoso que se vio, promovió diversas modificaciones en las reglas para evitar las demoras, penalizar el juego brusco y las trampas. Los arqueros eran los reyes de las artimañas: Dino Zoff, en la final de España 82, tuvo 11 minutos la pelota en las manos contando todas sus intervenciones; él solo se comió el 12 % del tiempo. Y en Italia 90 hubo 1.586 pases hacia atrás al portero, un escándalo.
En 1994 se implantaron los 3 puntos a la victoria, que pusieron fin al especulativo negocio del empate. Fue la genial idea de Jimmy Hill, futbolista, entrenador y comentarista inglés. Un simple retoque administrativo con el que no había que cambiar nada y cambió todo.
Luego hubo una catarata de innovaciones que endurecieron el reglamento y adecentaron el juego. Se añade el tiempo perdido, hay VAR para detectar las deslealtades y avivadas. Se sancionan contactos que antes no se veían o se dejaban pasar, lo que genera más penales y tiros libres cercanos al área. Se achicó el margen de maniobra de los árbitros, siempre generosos con el malo y nunca con el bueno. El juego es ahora más limpio, más honesto y más estricto. Eso, en cuanto a la aplicación de las reglas.
En lo técnico-táctico, se terminó aquello de aparcar el autobús delante del arco propio. No va más. Salir a defender como método es anacrónico. No sirve. Nadie puede resistir que lo peloteen durante 97 o 98 minutos. Pierde. Salvo rara excepción, todos los DT van al ataque. Y cuando se ataca, aparece el gol. La presión obliga al error adversario y todos presionan alto para robar rápido el balón y estar cerca del arco contario, lo que favorece el gol. También las transiciones son más veloces en medio campo y por los laterales. La velocidad con que se ataca también desequilibra las defensas.
Otro punto es el crecimiento de los delanteros frente a tantos dispositivos para anularlos. Ya no juegan estáticos ni posicionales. Tienen mucha movilidad. Aprendieron a jugar al espacio: Luis Suárez es el más extraordinario ejemplo, capaz de inventar una situación de gol y un gol con una simple corrida en diagonal. Y a definir de muchas formas. Haaland, desmintiendo a su incómoda carrocería, es el rey de los definidores actuales, tiene mil modos de mandarla a la red. Saben neutralizar el achique del arquero pinchando el esférico (antes no existía ese tipo de resolución) y todos le pegan desde el borde del área cruzado y combado al segundo palo, arriba, porque el golero, aunque vuele, no alcanza. Y llegan seguido al gol los volantes y los laterales. La subida de estos extremos ha cambiado la forma de atacar, agrandando el ancho del campo.
Hay, asimismo, un cambio notable de mentalidad: los chicos han perdido el miedo a los grandes. Nos contaba Mario Chaldú, delantero de Banfield a comienzos de los 60 que jugó en la selección argentina: “Nosotros íbamos a jugar contra Boca de visitantes y, si conseguíamos un córner, nos abrazábamos entre todos”. Hoy Banfield va a la Bombonera directamente a ganarle a Boca. Y más de una vez lo consigue.
Lo conversamos con Juan José Peláez, exdefensor, entrenador y brillante analista colombiano. Su monólogo vale la pena: “A mí me tocó la época de Zubeldía, de Cubilla, gente que se preocupaba mucho por defenderse bien, por estar fuertemente posicionada atrás. Se atacaba, pero se dejaba el ataque librado a la inspiración del jugador. Se han invertido considerablemente las cosas. Se ha mejorado mucho el ataque, con los diferentes posicionamientos, rotaciones, polifuncionalidad de los delanteros. Hay más variantes”, explica. Y ahonda: “Luego apareció la presión. Presión alta, presión tras pérdida, presión media… Pero ahí viene la réplica: cuando falla la presión y el rival supera el bloque de contención, encuentra la defensa muy jugada en mitad de cancha. Acá hay una falla: si los dos centrales y el volante cabeza de área ven que los de arriba no lograron recuperar la pelota, tiene que haber un retroceso rápido de centrales, del volante de marca y algún lateral para, por lo menos, igualar en número el ataque rival, que es frontal y vertiginoso. Si no se da ese rearmado, el rival estará cerca del gol. También hay ciertas deficiencias en el hombre a hombre defensivo, con balón en movimiento y en pelota quieta. Esto último ha evolucionado mucho porque hay pateadores que ponen la pelota donde eligen ponerla y los movimientos de distracción dentro del área son más efectivos y sincrónicos. La concentración defensiva tiene que ser total. Otro punto es el querer salir jugando. Hay equipos que, si no se sale jugando, parece que viene una multa, un castigo. En mi época, si no se podía salir jugando porque el equipo contrario presionaba bien, había que tirársela al nueve, que sabía defenderla o al menos interfería. Obvio, era otra velocidad, otras canchas, otras intensidades. Pero después de cuatro o cinco saques largos, la presión rival desaparecía. Ahora hay como un dogma de salir tocando corto, y eso, a la menor equivocación, genera goles en contra”.
También hay que adjudicar un porcentaje al estudio de cómo desnivelar al adversario. Antiguamente, el cuerpo técnico de un equipo era una persona: el entrenador. Por él pasaba todo. Hoy es un ejército: un jefe de equipo, dos o tres asistentes técnicos, dos entrenadores de arqueros, de delanteros, dos o tres preparadores físicos, analistas de video… Todos coadyuvan para establecer estrategias de desequilibrio. El gol, en grandes cantidades, no está volviendo por casualidad. Ha sido un largo proceso de treinta y cinco años nacido en 1990, tras aquel decepcionante Mundial de Italia 90. Del que Italia no tuvo ninguna culpa, por el contrario. (O)
































