El Obelisco se vuelve a llenar, las plazas de todo el país también. Encienden sus luces y se escucha bullicio, gritería. Pese al frío cruel de este invierno y ser muy pasada la medianoche, la gente sale a las calles a celebrar y desfoga su emoción, su orgullo. Argentina campeón, otra vez… Ya suma 16 títulos de Copa América, la copa que creó en 1916 vuelve a ser suya. Es un pueblo que necesita triunfos futbolísticos, se alimenta de ellos, porque es un país de fútbol. La gente vive para este deporte, come y piensa fútbol. Alguien podría decir “¡qué banalidad… El fútbol es un hecho menor, secundario en la vida de una comunidad”. Pero ser campeón mundial o ser campeón de América en esto genera prestigio. Un periodista alemán, comentando la nueva conquista celeste y blanca, dijo: “Esta nación está en la cima del mundo, en la cima del fútbol”. Él posiblemente ignore los problemas económicos que atraviesa el país, pero no ignora que ser campeón en fútbol requiere de enormes facultades, más que de habilidades. Una nación no puede ganar tantos títulos en fútbol sin una serie de atributos espirituales.