El Obelisco se vuelve a llenar, las plazas de todo el país también. Encienden sus luces y se escucha bullicio, gritería. Pese al frío cruel de este invierno y ser muy pasada la medianoche, la gente sale a las calles a celebrar y desfoga su emoción, su orgullo. Argentina campeón, otra vez… Ya suma 16 títulos de Copa América, la copa que creó en 1916 vuelve a ser suya. Es un pueblo que necesita triunfos futbolísticos, se alimenta de ellos, porque es un país de fútbol. La gente vive para este deporte, come y piensa fútbol. Alguien podría decir “¡qué banalidad… El fútbol es un hecho menor, secundario en la vida de una comunidad”. Pero ser campeón mundial o ser campeón de América en esto genera prestigio. Un periodista alemán, comentando la nueva conquista celeste y blanca, dijo: “Esta nación está en la cima del mundo, en la cima del fútbol”. Él posiblemente ignore los problemas económicos que atraviesa el país, pero no ignora que ser campeón en fútbol requiere de enormes facultades, más que de habilidades. Una nación no puede ganar tantos títulos en fútbol sin una serie de atributos espirituales.

Siempre decimos que Inglaterra es la cuna del fútbol, Brasil la patria del jogo bonito y Argentina la capital de la pasión. Esa pasión es una marca país y reporta una buena imagen desde el exterior. Por eso no es en absoluto una frivolidad la importancia que su gente le da.

No alcanza con jugar bien, no alcanza con habilidad, fuerza o talento. Ser campeón exige de una serie de virtudes o elementos agregados: temple, carácter, aplomo, resistencia, inteligencia, liderazgos, unión, colectivismo, amistad, conducción. Por eso es tan difícil coronar. Un buen partido lo hacen muchos, un gran torneo, algunos, campeón es uno solo. Todo ese conjunto de que hablamos le dio a Argentina un nuevo título continental.

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Copa América - Mundial - Copa América. Una trinidad tan difícil que en un siglo de fútbol sudamericano se consigue por primera vez. Y se logra más por las virtudes intelectuales y anímicas que futbolísticas. Tiene buenos jugadores, desde luego, pero su fuerte está en la cabeza y en el pecho más que en las piernas. Cómo piensa los partidos, cómo los trabaja, cómo los saca adelante, la energía interior que pone en cada jugada, en cada salto o carrera. Es ese “no nos van a ganar” que los hace trabar con la cabeza si es preciso.

Eso les agradece el pueblo a sus gladiadores cuando sale a celebrar pese al clima, la hora y las inclemencias: la forma en que los representa, cómo defienden la camiseta, la ilusión de sus compatriotas. Con pasión, con amor.

Luego de los desmanes generados por la caótica organización, tras una hora y 22 minutos de espera hubo un partido. Colombia prevaleció en el primer cuarto de hora. Lo que se preveía, pasó: más activo, más rápido, más ofensivo, dominante y buscando el área rival. Ahí se dio su mejor y única acción de riesgo de todo el partido: el tiro de John Córdoba que tocó el palo del lado de afuera y se fue por la línea de fondo. Un casi casi… Eso le hizo pensar a Colombia que lo tenía. Sin embargo, lentamente Argentina comenzó a nivelar las acciones y volcarlas de a poco a su favor.

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Se fue el primer acto, vinieron 28 minutos de entretiempo para que Shakira hiciera un poco de ruido y se llevara 2 millones de dólares, y luego regresó la final. Ya Colombia se fue apagando como una vela. James Rodríguez, sin duda el mejor jugador del torneo, esta vez no incidió en absoluto, lo taparon. El eléctrico, velocísimo e impredecible Luis Díaz no fue ni eléctrico ni veloz, aunque sí predecible. El corpulento John Córdoba no pudo contra una defensa casi feroz en los anticipos y cierres. Richard Ríos se perdió entre la bruma y el equipo de Lorenzo, sin duda el que más brilló englobando toda la competencia, quedó sustentado en la fuerza mental y física de dos colosos: Jefferson Lerma y Dávinson Sánchez. Se lo notó cansado a Colombia, Argentina tomó nota, se adelantó en el campo y comenzó a ver de cerca la cara de Camilo Vargas.

Un gesto de Richard Ríos, excelente volante colombiano, pasó casi inadvertido para el público, no para sus rivales: corría el minuto 89, aún iban 0 a 0 y estaba siendo reemplazado; antes de salir del campo se paró para quitarse las canilleras, bajarse las medias, aflojarse los botines, algo que los futbolistas hacen en el banco, pero dentro el rectángulo conllevaba una sola intención: hacer un poco de tiempo, dar un respiro al equipo. Los jugadores argentinos, cazadores expertos, seguro captaron la escena en su real dimensión: “Estos están muertos, vamos por ellos”. Y se fueron con la escopeta encima de Colombia en el suplementario.

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Lerma estaba exhausto, debieron masajearlo ya antes de ser sustituido. También salieron otras tres columnas del equipo, como James, Lucho Díaz y Ríos. Y Argentina, sin Messi desde el minuto 66 por un fuerte entorsis de tobillo, también refrescó la tropa y exhibió su decisión de ganar antes de llegar a penales. Y los tres que entraron juntos en el minuto 97 construyeron el gol de la victoria: una sensacional barrida de Paredes cortó una salida de Colombia, gran pase profundo a Lo Celso, notable asistencia de primera a Lautaro Martínez y el goleador del Calcio y de esta Copa mandó un balazo cruzado que Vargas ni alcanzó a ver. Iban 112 minutos. Colombia ya no tenía resto para levantar ese cheque.

Los números revelan elocuencia: se quedó con la corona un equipo que ganó cinco partidos y empató el restante, que marcó nueve goles y sufrió apenas uno, el de Ecuador, que llegó al minuto 91. Este de Argentina es un grupo de futbolistas con grandes condiciones, pero sobre todo inteligentes para manejar los partidos y llevarlos a su mejor hacer, con una defensa de acero, un carácter y una solidaridad que pocas veces se da en los grupos humanos. Lionel Scaloni, el notable gestor de este proceso exitoso, dejó una radiografía de lo que es esta Argentina: “El equipo no deja de sorprender, se repone a las dificultades de un partido difícil, con un rival muy complicado y sin hacer un primer tiempo bueno, en el segundo mejoramos y merecimos ganar. Y en la prórroga siempre da un plus. Es gratificante verlos jugar y estoy eternamente agradecido por cómo se brindan”.

No fue el festival de fútbol que muchos esperaban por el estilo de los técnicos, como en toda final reinaron la cautela y la tensión, sin embargo resultó atractivo y, sobre todo, limpio. Tampoco hubo que lamentar fallos arbitrales que perjudicaran a ninguno. Argentina genera un espejismo, parece un equipo ganable, aunque es casi imposible hacerlo. Lleva dos derrotas en 62 partidos.

El país del fútbol (el verdadero) celebra una nueva corona. ¡Salud, campeón…! (O)

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