Alejandro Gutiérrez, mejor conocido como Álex Manejo, sufrió una dependencia a las drogas durante más de una década que no solo afectó su vida, también a sus seres queridos.

Su madre, Anamari Moreno, recordó recientemente los 10 años de sufrimiento y lucha que vivió con su familia para tratar de salvarlo, un desafío que requirió de amor inconmovible, perseverancia y la comprensión de la adicción como enfermedad mental.

En su participación en el podcast Un Propósito con Kiko Martin, Moreno contó que descubrió la adicción de su retoño menor cuando este tenía 14 años de edad, pero él ya abusaba de las sustancias desde que tenía 12. Tras darse cuenta, comenzó un peregrinaje por salvar a su “niño”, quien dirige una clínica de tratamiento de adicciones hoy en día.

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Durante este viacrucis, además de la impotencia por verse incapaz de ayudarlo y el miedo constante de perderlo, sufrieron con sus robos, sus desapariciones e incluso violencia física. Sin embargo, una de las etapas más difíciles para ella antes de que finalmente superara su adicción a los 24 fue cuando tuvo que echarlo de su casa.

“La droga no cabía en la casa y nosotros también"

La empresaria explicó que los profesionales en distintos centros de rehabilitación coincidían en que su hijo “tenía que tocar fondo” para poder iniciar un proceso de recuperación duradero. Para esto, debían exigirle marcharse del hogar sin brindarle apoyo por seis meses mínimo.

Al comienzo, Anamari se resistía férreamente a esa idea, pero después de una fechoría tras otra, pasar por siete centros y sufrir ocho sobredosis, su familia comenzó a conversar seriamente al respecto. Ella se negaba por temor hasta que unas palabras que le dieron el impulso que necesitaba.

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Me dijeron: ‘Hija, lo tienes perdido. Está perdido totalmente. Lo único que podemos hacer es recuperarlo porque perdido ya está’. Y eso ya me conmovió un poco porque sabía que mi hijo estaba muy mal”, relató. “Yo por nada del mundo quería que eso sucediera, pero no hubo más remedio que armarse de valor”.

Un día, cuando Alejandro volvió al hogar familiar, le informaron la decisión. En ese entonces, tenía 23 años. “Le dijimos que en casa todos no cabíamos, que la droga no cabía en la casa y nosotros también; las drogas tenían que salir de nuestras vidas y, cuando él decidiera que la droga se había acabado, aquí tenía su casa, sus padres, su abuela y toda su familia esperándolo, pero mientras tanto tenía que irse con las drogas”, rememoró.

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“Unos seis meses que fueron infinitos”

En un principio, él se rehusó a aceptarlo, pero tras insistir una vez, se fue sin más. Su progenitora no dormía, no comía y lloraba por todas partes tras su partida. Sus otros familiares también “vivieron un infierno”, pero nunca dejaron de estar pendiente de él mientras vivía en las calles. Se mantenían al tanto como podían de dónde estaba y qué hacía porque no debían perderle el rastro.

Anamari describió esta espera como “una incertidumbre horrorosa, un miedo espantoso, unos seis meses que fueron infinitos de largo”. Tras el tiempo recomendado por los expertos, se comunicó con Alejandro para buscarlo. De inmediato, lo llevaron al centro que tenían preparado. Él se creía incurable en ese punto, pero insistieron y accedió a ingresar al lugar en donde finalmente comenzó su camino hacia la sobriedad.