Arrodillada al pie de la bóveda de Flor María Rodríguez, su madre fallecida hace cuatro años, Sara Sánchez rezaba fervorosa con los ojos cerrados. De vez en cuando se le escapaba uno que otro sollozo que motivaba pausas en medio de las oraciones, entonces, abría los ojos y fijaba la mirada en la lápida, donde se leían las fechas de nacimiento y muerte de su progenitora, que gozó de vida terrenal durante 92 años.