Valeria dejó de jugar con sus muñecas a los 8 años. Su tío, quien la cuidaba, la encerraba en su dormitorio para que ‘saludara’ a sus amigos. Aterrada, esperaba que la puerta se abriera y pasen, por turnos, a besarla y tocarla. A cambio, su familiar recibía y compartía con ella una sustancia blanca que, asegura, la hacía sentir “hiperactiva”.