En distintas actividades u oficios, como la venta de artículos varios, reciclaje y hasta las presentaciones de artistas, Euclides Castañeda, Fabricio Salinas y Jorge Mera se ganan la vida a diario en las calles de Guayaquil y así obtienen ingresos económicos que le permitan sustentar a sus familias, sobre todo a sus hijos.

El trajín de las calles y el movimiento son parte de su rutina. Por el Día del Padre, estos hombres se muestran como ejemplo de persistencia y lucha de intentar salir adelante a pesar de las circunstancias con las que convive el país, con temas de seguridad y falta de oportunidades.

Para estas tres personas no hay distinción de fines de semana o feriados, puesto que sus labores en muchos casos se extienden por las necesidades. Es que ellos viven de ingresos que se generan del día a día.

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En las calles 9 de Octubre y Carchi, bajo un sol incesante, Euclides Castañeda viste un buzo rojo de mangas largas para tratar de protegerse de los rayos ultravioletas en los brazos. En el cambio de semáforo a la luz roja, este hombre circula en medio de los vehículos y ofrece paquetes de pañitos húmedos, cotonetes y láminas protectoras de ventanas de auto.

Comerciante saca adelante su hogar

Euclides Bienvenido Castañeda se dedica a vender artículos en semáforos del centro de Guayaquil. Foto: José Beltrán

Este hombre, de 49 años, se ubica en esa esquina de 9 de Octubre y Carchi desde los 8 años de edad. En ese entonces ayudaba a su padre y hermano a vender periódicos de distintos medios. Ese último oficio lo combinaba con el comercio de otros artículos hasta que llegó la pandemia.

Actualmente, de lunes a sábado, asiste a vender artículos varios en ese punto y los domingos viaja al pueblo de Samborondón para variar el escenario de comercio. Regularmente, labora de 07:00 a 17:00 u 18:00.

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“Aquí no hay vacaciones, ni días libres, nadie me da vacaciones, esto es para el sustento. Yo he vendido de todo aquí, vine a los 8 años, trabajo todos los días, este es el sustento para mi hogar, trato de hacerme amigo, ya hay clientes que me conocen y me compran. La gente busca economizar con cosas de dólar”, remarcó.

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Con lo recaudado, que oscila por los $ 30 al día, el hombre dijo que sostiene su hogar, sobre todo para la alimentación y gastos de sus padres que permanecen en casa, además su esposa y tres sobrinos, de 11, 12 y 7 años, que los considera como sus hijos, además en el pago de arriendo, alimentación y gastos necesarios. Anteriormente, también laboraba por mantener a una hija, de 18 años, que ahora vive en el exterior.

“Aquí es duro, ñaño, aquí uno viene a pelear, vienes a pelear, la calle es dura, vienes a buscarla, a mis hijos les digo que sigan los estudios porque la vida que yo llevo es bien dura, quisiera para ellos otras comodidades que sean acomodados, que sigan estudios de universidades”, dijo.

Por temporada, él suele variar los productos que ofrecen dependiendo de la temporada. Luego de sus labores, suele moverse a la Bahía para explorar artículos novedosos o que estén de moda para llevarlos a su esquina, a su oficina.

En medio de estas labores también contó que se expone a riesgos, sin embargo, debe seguir buscando la manera de seguir laborando. En una ocasión reciente le robaron su motocicleta con la que se movilizaba hasta su punto de trabajo. La difirió a 30 meses, pero solo la tuvo en 12, sin embargo, debió seguir cancelando los valores comprometidos. “Soy el sustento de casa, esto es duro”, dijo.

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Hombre recorre barrios para recolectar distintas clases de desechos

Fabricio Salinas mantiene su hogar con sus labores de reciclaje en zonas del norte de Guayaquil. Él es parte de programa de fundación Redes con Rostro. Foto: José Beltrán

Fabricio Salinas, de 52 años, recorre de lunes a sábado varios barrios del norte para cumplir labores de reciclaje con plásticos, cartón, fierros y otra clase de artículos.

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Su historia es como un libro, remarcó este hombre, que es padre de dos hijos, de 21 y 23 años. Desde los 15 años, Salinas ha combinado esta labor de recolección de artículos de reciclaje con otros trabajos como obrero en una balsera, adiestrador de canes, comerciante en la Bahía y en otros oficios. A partir de hace una década se ha concentrado en sus tareas de buscar artículos reciclables.

Actualmente, él integra un programa de reciclaje asociativo de valor compartido de la fundación Redes con Rostros, que recibe apoyo de empresa privada y academia.

Las jornadas de Salinas se inician desde las 17:00 y culminan cerca de la medianoche. En su triciclo recorre La Ferroviaria, Urdesa, Lomas de Urdesa, Miraflores y El Paraíso para revisar lo reciclable dentro de fundas de desechos y además, como parte del programa de la fundación, acude a ciertos domicilios de Lomas a recoger material.

Con su sacrificio y persistencia de recorrer más de 20 kilómetros por día busca dar como ejemplo a sus familiares, sobre todo sus hijos, quienes se lograron graduar del colegio y ahora cursan la universidad. Este hombre sueña en verlos como profesionales y cumplan su meta de ser maestros.

“Toda la vida espero que mis hijos sean humildes y sepan valorar el trabajo de uno, conmigo desde chiquitos fueron a vender periódicos y reciclar, cuando fueron a la escuela dejé que estudien”, dice con orgullo este hombre que se acompaña de su esposa en estas tareas.

En las mañanas, el guayaquileño, de 52 años, debe llevar sus productos a una recicladora para intercambiar lo recolectado y así recibir la retribución económica por sus productos.

Además, como trabajo complementario, él comentó que recolecta artículos antiguos que encuentra en la basura o que le entregan en hogares. Estos artículos, él los considera como “tesoro” ya que los puede ofrecer los domingos en “el mall del piso” en el suburbio, zona donde habita, y con ello, puede obtener un ingreso adicional.

Asimismo, en ciertas ocasiones, recibe vestimentas y zapatos que ya no requieren ciertos hogares, sin embargo, estos gusta de llevarlos a cantones para regalarlos a personas necesitadas. Incluso, por la confianza reposada en moradores, colabora con oficios que le encargan en algunas viviendas.

“Mi abuelo decía ‘ningún trabajo es fácil’, lo mío gracias a Dios acá es un poco divertido, acá uno conversa, conoce gente, se me hace chévere, a veces me encuentro botellas, baterías que para mí son como un tesoro, eso vale $ 7″, remarcó el hombre.

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‘Tratamos de impartir alegría a la gente, salir del caos’

Jorge Mera realiza shows de malabares y equilibrio en semáforos de la urbe, como en la calle Piedrahíta y Esmeraldas. Foto: José Beltrán

Jorge Mera, quien es payaso, se ubica en distintos puntos de Guayaquil para exponer un show breve de malabares y equilibrismo y así sostener a su hijo, de 4 años, y dos hijastros.

Esta semana reciente estuvo en el semáforo de Piedrahíta y Esmeraldas para hacer demostraciones mientras los conductores esperan el cambio de la luz del semáforo.

Este joven, de 26 años, empezó en estas labores hace catorce años por la necesidad para obtener ingresos. En ese entonces, él convivía con su madre y pudo palpitar que ella no le podía dar dinero suficiente para asistir a la escuela. De esa manera, él se lanzó a aprender de malabares y aprender de manera empírica.

“En ese tiempo me mandaba para estudiar con $ 0,30, ir y venir, estudiaba lejos, pero no tenía lunch, por esa situación me molesté y me decidí a hacer malabares, ese día que empecé a hacer malabares en 30 minutos me hice $ 5 a $ 6 y para mí era bastante plata. Hacer malabares era algo que me divertía y ya tenía para pasaje, pagarlo completo, y de sobra para comerme algo en el lunch”, recordó el joven.

Durante un lapso de tres años estuvo trabajando como empacador en una empresa, pero se sintió frenado por “la rutina y monotonía”, por lo que en los siguientes años y hasta la actualidad ha seguido explorando con la vida circense y shows particulares en fiestas particulares.

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Aquello lo combina con sus shows de malabares y equilibrio que realiza en distintas vías de la Alborada, Garzota, Sauces, además de zonas como la terminal terrestre de Durán, Esmeraldas y Piedrahíta, entre otras.

“Tratamos de impartir alegría a la gente, salir del caos; la gente viene estresada con problemas, con el minuto que está en el semáforo se asombra de algo que no es tan común, por un rato hacemos que se olviden de sus problemas”, dijo.

Con sus ingresos, este hombre sostiene a su esposa, un hijo, de 4 años, y además dos hijastros más, que son de su esposa. Para el menor debe buscar medicamentos naturales y tratamientos en el Instituto de Neurociencias. “Con esto puedo pagar el diario, el internet para estudios, luz, agua y la comida, también cubrir medicinas”, mencionó.

“A mis hijos no les puedo obligar que no les guste, pero que con arte podemos vivir, no tan cómodos como otras personas, como doctores, porque es poco remunerado en todos lados. Es un trabajo honesto”, dijo este hombre, que aspira a poder estudiar una licenciatura en Artes y montar una empresa de animaciones. (I)