Mi primer contacto con los terribles efectos de una peste en el mundo no vino por mis endebles conocimientos de la historia o por lecturas de grandes novelas como Decamerón de Boccaccio o La Peste de Albert Camus.

Lo que la familia Buendía vive en Macondo es un mundo que se conecta de la manera más prodigiosa con hecatombes universales, pero vistas de adentro, como si cada ser llevara en su sangre también el virus misterioso...".

Era 1969 cuando Cien años de soledad cayó en mis manos viviendo en Nueva York, creo que casi no podía trabajar porque terminé de leerla en menos de una semana, “con fuego en la mente”, como describió su lectura John Leonard, el crítico del New York Times cuando la novela se tradujo al inglés.

Lo que la familia Buendía vive en Macondo es un mundo que se conecta de la manera más prodigiosa con hecatombes universales, pero vistas de adentro, como si cada ser llevara en su sangre también el virus misterioso y esa niña Rebeca que llega misteriosamente al hogar de los Buendía los contagia de la plaga del insomnio, algo que solo detecta la India Visitación. No poder dormir afecta a la población de Macondo con el olvido del nombre de las cosas, una pérdida de la memoria que solo García Márquez puede recrear en algunos de sus párrafos inigualables. Y aquí está... Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad solo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir.

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Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.