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Eran cosas así, balazos, que me hicieron comprender eso de “cotidianidad del confinamiento” que ni yo había entendido luego de escribirlo. Y empezaron a acumularse en mi libreta: “Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza”.La peste es una crónica, la crónica de la vida en confinamiento (y el después) sin Twitter, Instagram ni Netflix. El exceso de ocio también es perjudicial. El puro ocio puede ser una barrera que nos separa de la realidad (preciso: la buena ficción nos acerca), esa que huele y quema y pica. La cita brinca nuevamente sin ayuda: “Incluso después de haber reconocido el doctor Rieux delante de su amigo que un montón de enfermos dispersos por todas partes acababa de morir inesperadamente de la peste, el peligro seguía siendo irreal para él”.La pereza de lavarme las manos, frotar cada dedo… ¿Cómo tocar lo real? Vuelve Camus en nuestro tiempo kitsch y de identidades posadas: “Pero ¿qué son cien millones de muertos? Cuando se ha hecho la guerra apenas sabe ya nadie lo que es un muerto. Y además un hombre muerto solamente tiene peso cuando le ha visto uno muerto; cien millones de cadáveres, sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación”.La realidad no exige hoy, quizá nunca, superhéroes. No es tiempo de héroes como de honestos, dice Rieux, dice Camus. “Bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes, pero si no es capaz de un gran sentimiento no me interesa”.No se trata de ideologías. En la novela hay muchas y de todo color. Recuerdo a Rambert, a Tarrou, a Cottard, al padre Paneloux. Es una situación límite y las personas no son abstracciones, no existen en papel, al contrario, son de carne y hueso, y necesitan respiradores. De esta no salimos sino unidos (si bien no “revueltos”).Miro por la ventana. El cielo nublado. La incertidumbre es la ley. Concluyo con el deseo de que todo termine con las mismas palabras Camus: “Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.Albert Camus, periodista, novelista, dramaturgo, filósofo, es uno de los nombres esenciales de las letras del siglo XX. Recibió el Premio Nobel de Literatura. Nace en Argelia en 1913 y se despide en Francia en 1960 en un accidente de automóvil. El primer borrador de su aún inconclusa novela autobiográfica, El primer hombre, lo acompañaba.Hombre insatisfecho (El hombre rebelde, siendo el título de uno de sus más destacados ensayos), buscador y polemista. Ya en El mito de Sísifo, una de sus primeras obras, nos deja un interrogante vital, las palabras son suyas: “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio”. ¿Vale la pena vivir, por qué vivir, cuál es su sentido y si no lo tiene por qué continuar en ella? En ella ya aparece su filosofía del absurdo y su cercanía con el existencialismo, si bien siempre renegó de esta última. Conocido es su conflicto con Jean-Paul Sartre a partir del existencialismo y, sobre todo, el marxismo. Rambert dice en La peste: “Habla usted en el lenguaje de la razón, usted vive en la abstracción”. Ese bien podría ser uno de los reclamos, uno de los pilares del pensamiento camusiano. Las abstracciones, ideologías, construcciones teóricas, los grandes discursos ‘racionales’ de la modernidad se alejan del hombre común, el que sufre y quiere ser feliz, el que llora, el que sangra. Camus se aparta de Sartre en su crítica al engranaje y la reducción de la historia que propone el marxismo.El ser humano debe aceptar el absurdo de su propia existencia, lo inasible de su viaje, y más bien entregarse a la ‘ética de la acción’. El ser humano debe ser el hombre rebelde que se opone a toda tiranía que limite su libertad. Aun cuando sus reclamos con frecuencia se dirigieron al cristianismo del que conocía bastante más que de oídas, su tesis lleva el título de Metafísica cristiana y neoplatonismo, cuenta el reverendo metodista Howard Mumma en una anécdota poco conocida de su vida que el francés pidió ser bautizado poco antes de su accidente y falleció con ese deseo. La obra se llama El existencialista hastiado y es una conclusión curiosa sino reveladora de un hombre insatisfecho y con un corazón sediento, que enriquece la vida de alguien que se opuso a lo que le tocó vivir, un hombre rebelde.","isAccessibleForFree":true}
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El premio Nobel celebró la obra de un gran rebelde de la literatura contemporánea, con una visión realística y humanista del mundo actual.
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