Los atentados se multiplican: adolescentes baleados en discotecas, niños degollados o crucificados por no haber querido convertirse al islam, cincuenta muertos a tiros en un club gay de Orlando, mujeres lapidadas, ciento treinta inocentes acribillados en París, un desquiciado en Múnich mata con hacha a cuatro pasajeros en un tren, cinturones explosivos, metralletas Kaláshnikov, armas de toda clase, terror en aeropuertos, treinta muertos en Bruselas, cuarenta y uno en Estambul, etcétera. No basta el terror, se requiere añadir crueldad refinada, sadismo, supuestamente en nombre de Dios. Un proverbio dice que en el amor como en la guerra es fácil empezar pero difícil terminar, lo mismo sucede con el odio.

El amor guerrero no es siempre así, la mitología abunda en detalles acerca de aquel francotirador llamado Eros o Cupido, aquel que tiene flechas de oro para provocar pasiones inextinguibles, saetas de plomo para inocular frigidez o desasosiego. Es “la tierna guerra” cantada por Jacques Brel, “los ojos halógenos” y “senos logísticos” de los que hablaba Paco Tobar. El piropo tiene que ver con asuntos militares porque la mujer, según Max Jacob, es una ciudadela que se debe tomar por sitio, no por asalto, de ahí expresiones como rendirse o quedarse desarmado. En la antigüedad la pelea ya se ponía al rojo vivo si creemos a Propercio: “Sus ojos relampaguean, me muerde hasta la sangre, pone su marca en mi cuello”. Es Eros con Marte en los cuadros de Botticelli, Mata Hari cayendo bajo las balas de la ejecución. Alfonsina lanzándose a la mar.

“Ella llora con sus mejillas marchitas, el vencedor llora también por los excesos de sus manos extraviadas”. La mujer no puede pertenecer a otro: “Cintia prima fuit, Cintia finis esto”: la bella Cintia es el principio y el final. Por si acaso, el poeta añade: “Sis quodcumque voles non aliena tamen” (Sé todo lo que quieras pero no seas de otro). Mi adolescencia se enardecía mientras traducía al francés los poemas de Virgilio, Ovidio, Catulo, Marcial, Propercio. La mujer lucía como fortaleza inexpugnable: “Nunquam ferrea dixit amo”, corazón de hierro nunca dijo te amo. Marcial me conquistó cuando escribió: “Quisiera que me sepultasen allá donde tú te derramas”. Por haber compartido en varios de los colegios religiosos en los que me eduqué poemas ultraprohibidos, me expulsaron ipso facto. No me perdonaron haber osado coquetear con “Hic in roseis latet papillis tuis” (vive el amor en tus pezones color de rosa). Quizás desde entonces me volví librepensador. Ovidio manejó el sarcasmo, dio venenosos consejos: “Turgida si plena est” (llámala gorda si es llenita). Añadió: “Si es delgada dile que es desgarbada”.

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Entre nos... ¿qué pesan los excesos amorosos frente a los atentados? De la historia o de las leyendas rescataré a Dafnis y Chloé, Pablo y Virginia, Héctor y Andrómaca, Dante y Beatriz, Romeo y Julieta. Me estremecen las cartas ardientes que se mandaron Abelardo y Eloísa, Henry Miller y Brenda Venus, Frida Kahlo y Diego Rivera, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Chopin y George Sand, Víctor Hugo y Juliette Drouet. (O)