Quienes lograron huir del horror de los bombardeos, acompañados por sus padres, familiares o solos porque los perdieron en los ataques, salieron con lo poco que tenían. Sus pequeñas manos agarraban bolsitas con algo de comida o agitaban un globito. Casi no hubo espacio para un juguete o quedaron sepultados bajo escombros de edificios o casas en ruinas.